domingo, 12 de mayo de 2013

Lorenzo

No acostumbro a vivir en el pasado. No me gusta tener la cabeza mirando hacia atrás. Suelo pensar que lo que tengo en este momento, aquí y ahora, es lo que me hace estar vivo. Desconozco qué pasará después y por eso intento siempre aprovechar al máximo cada instante (dejando tópicos tan de moda aparte). No es algo que deba decirse porque resulta elegante o acaso inteligente. Para mí es una cuestión de principios, una ley de vida. Mi máxima para cada día.

Hoy, sin embargo, ha sido diferente. He comido bajo techo y, de repente, a través de una puerta abierta he vislumbrado el sol arrojando luz sobre el mundo.

Hace un día maravilloso.

Una ráfaga de aire me ha hecho recordar la necesidad que tenía de respirar ese aire primaveral tan largo tiempo añorado. He salido a la calle y he inspirado el aire, aire fresco; sol cálido. Sin saber por qué, esta vez he necesitado recordar. Tranquilamente y sin percibirlo, los recuerdos se han ido acercando con el sol y se han colocado a mi lado. 

Por eso he vuelto atrás, hace mucho tiempo, al lugar de donde vengo.

Vivo en el presente, pero por un momento me sentí parte de mi pasado; añoré con fuerza todo eso que tuve y que ya se ha ido.

Y sí, en ese breve lapso de tiempo en el que el sol me abrazaba me volví a sentir pequeño; rememoré tantas y tantas tardes en lugares que hoy parecen lejanos; avivé en mí ese sentimiento que me dice que nunca, jamás, deje de ser un niño.

Por el ayer hoy soy presente. Por el ayer y por el hoy seré futuro mañana. 
El sol me acompañó ayer, hoy, y espero que también lo haga mañana.

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