domingo, 2 de junio de 2013

Mont Blanc.

Se acabó. En un instante. Todo un año resumido, agrupado y concentrado en ese momento final que consigue hacerlo tan breve como un pestañeo. Susurrado al oído, clama a voces que es hora de volver a casa y dejar atrás este sitio que, tras varios meses, se merece ser considerado un hogar.

Me asusta lo frenético que es el tiempo; fugaz, apenas perceptible. Lo esperas, llega y se va de la misma manera: sin hacer ruido.

Lo que durante tanto tiempo anhelé vivir resulta ahora no ser más que una sucesión de experiencias que han pasado a través de mí rápidas como un rayo de luz, sin alterar nada a su paso pero dejando una impronta indeleble en mi interior.

Nada es como antes. Ni lo será nunca más.

El final ha sido vertiginoso. Tal fue la fugacidad del momento que ahora, cuando todo ha pasado ya, siento que un vendaval se llevó por delante este último día poniendo del revés mi mundo aquí.

Del todo a la nada, pasando por la frustración y la más que conocida decepción. Sería difícil describir lo que supusieron las anteriores veinticuatro horas, teniendo en cuenta la cantidad de sentimientos que se entremezclaron en su transcurso.

Tras un año repleto de emociones y recuerdos imborrables es hora de hacer un balance de qué han supuesto para mí estos primeros meses viviendo este pequeño sueño. Sin duda, y quizá con algo de ayuda, me he dado cuenta de que lo que realmente ha marcado mi primer año ovetense han sido las personas, personas que se han convertido en mi día a día, en parte inamovible de mi presente. Algunas conocidas, otras descubiertas, pero todas bien allegadas. Soy un afortunado al haber podido disfrutar de su compañía durante todo este tiempo, compartiendo mañanas, tardes y noches; risas y tristezas; bromas, discusiones, fiestas y estudio. En número son realmente pocas, incluso numerables con los dedos de una mano pero, al fin y al cabo, ¿para qué quiero más? Todas ellas me caben en una mano y con esa mano las aferro para intentar no separarme de su lado.

Todo ha sucedido tan rápidamente que no he tenido tiempo siquiera de evitar darme de bruces con el muro que indica que el camino que he recorrido este año toca a su fin. Es hora de seguir adelante y estar preparado para cuando deba iniciar el siguiente.

Por ahora, sin embargo, es tiempo de tomarse un descanso; de inhalar la fragancia de una más que merecida recompensa; de paladear el dulce sabor de un verano lleno de experiencias que prometen ser cumbres de la historia que intento escribir cada día.

Cumbres tan altas como el Mont Blanc.
Cumbres de chocolate, nata y canela.

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