No soy el que era. Muchas son las cosas que me han traído hasta aquí; otras tantas me mantienen ahora.
Tu forma de entender la vida te impulsa a actuar de acuerdo a lo que quieres y deseas. Cada decisión tomada es un reflejo de lo que corre por tus venas, o al menos así debiera ser, en un principio, para todo aquel que quiera ser sincero consigo mismo y con el mundo.
La mayoría de las veces encuentras satisfacción al darte cuenta de cómo eres y cómo vives. Parece casi épico, una sensación de plenitud incomparable. Sin embargo, hay paredes que se empeñan en erigirse frente a ti dejándote, en ocasiones, tirado en el suelo, indefenso.
En esos instantes parece que no hay vuelta atrás, que el mundo se conjuró para derribarte, que te fallan las fuerzas que en otro tiempo te sobraban. Aparentas estar tranquilo, recobrar la confianza y la seguridad, pero en el fondo sabes que tiemblas de miedo. Tiemblas porque temes volver a caer, porque no es la primera vez que te sucede.
¿Y qué hacer? Esperar, pues quizá el derroche del tiempo traiga consigo un impulso que consiga separarte del suelo. En instantes así lo que necesitas es una garantía; un susurro que te infunda seguridad. Nada más.
Puedes pensar, no obstante, que una pequeña caída de vez en cuando pueda ayudarte de alguna manera, ¿no? La esperanza es el motor diario de la vida, o mejor dicho, de una vida feliz. Así, buscando el lado bueno de las cosas me preguntaría en tal caso:
"¿Por qué me caigo?"
La respuesta es sencilla:
Para aprender a levantarme.
Y he ahí el secreto de todos los momentos agridulces. Tras cada esquina se extiende una calle y tras cada caída se alza una escalera para ayudarte a levantar el ánimo. Después de cada episodio de decepción aflora la rebeldía, la determinación para no repetir lo vivido, para no recaer en errores pasados. Aun así, no mucho tiempo más tarde te descubres a ti mismo haciendo precisamente lo que no debes: volver a soñar en demasía, que es el veneno de todo iluso y la amarga condena que te encadena al suelo. Quien diga lo contrario... no sabe lo que dice, o miente.
Llega un momento en el que sientes que tocas fondo; un momento en el que asumes todo eso que jamás serás capaz de cambiar, aceptas los golpes y te fortaleces gracias a ellos. Estableces un punto de no-retorno y alzas la mirada. No todo te sonríe entonces, pero al menos ahora eres más consciente de la situación del mundo. Has trazado un mapa y has elegido una ruta bastante segura por la que guiar tus pasos.
¿Y qué vas a hacer? ¿Volver a ser el que eras? No. Todo eso ha cambiado.
Las paredes se hacen más frágiles. Luchas para superar esas barreras y poco a poco el aire te brinda la posibilidad de encontrar tu recompensa. El futuro se recorta en el horizonte. Es todo tuyo, si estás dispuesto a ir a por él.
Leer las señales. Aprende a leer las señales.
Ellas te dirán sutilmente cuándo ha llegado la hora de mirar hacia adelante, de avanzar; de saber reconocer cuáles son las buenas e irrepetibles oportunidades que no puedes dejar escapar y cuáles son las que te harán desperdiciar el tiempo.
Acepta este consejo ahora, pues creo que si hay algo que he aprendido es que en el mar jamás cesarán las mareas y las lluvias vendrán y se irán dejando su olor en la tierra a pesar de todo. Ellos no se preocuparán por aliviar el tormento de tu espera.
Por ello, simplemente respira y busca aquello que más deseas con el desvelo y la entrega que sea necesaria y suficiente. No más, no menos.
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