Comienza, todo comienza con ilusión. Comienzas con la energía renovada y la esperanza intacta. Todo es nuevo y diferente, a pesar de que el escenario es relativamente invariable y el argumento más o menos conocido.
Conforme transcurren los días el guión va haciéndose cada vez más largo, más complejo y más rico en detalles. Con la ayuda de los mejores figurantes esta obra maravillosa adaptada al tiempo y al espacio que abarca todo un año va describiendo sus propias líneas, rectas y curvas, trazando el desarrollo de su propia historia mientras tú te introduces de lleno en ella y dejas que sea ella quien te guíe en el camino.
Es así como en el mismo gran acto queda reflejado un crisol de experiencias, de vivencias y de momentos que confluyen en un punto de la memoria justo después de suceder en el tiempo para ser entonces convertidos en recuerdos, recuerdos que hacen a esta historia crecer y adquirir una dimensión inédita y completamente desconocida a cada instante.
Lo que comenzó como una búsqueda de un nuevo hogar y una forma de reinventarse se convirtió en la búsqueda de una forma de detener el tiempo para no abandonar ese hogar que fue hallado, queriendo o sin querer, al explorar un nuevo horizonte desde una perspectiva completamente diferente. O dicho de otro modo, tras la inauguración se sucedieron imparables mañanas, tardes y noches de momentos que son ya parte de un pasado efímero pero que cuando fueron temporalmente tangibles estuvieron llenos de un significado especial.
Es difícil resumir en una página de créditos como esta lo que supone un año maravilloso e inolvidable, pero de alguna manera debe quedar constancia de que cuando las piezas encajan y el tiempo y el momento se hacen nuestros para manejarlos a nuestro antojo, el espectáculo brilla con luz propia y encandila entonces a todo aquel que esté dispuesto a dejarse encandilar; a todo aquel que esté dispuesto a dejarse maravillar.
Este tercer acto se asemeja bien a una película, una película de esas que en alguna ocasión vimos a lo grande o en su mínima expresión mientras compartíamos parte de ese tiempo tan valioso que, en conjunto, hizo de este año un viaje que recordaré y recordaremos siempre.
Todo final tiene un comienzo, y el de este acto fue uno realmente inspirador. De la misma forma, todo inicio debe tener su final y el de este acto fue uno realmente especial.
Esta historia que son los mejores años de mi vida se inició describiéndose en frases cortas, rápidas y cargadas de emoción para ir progresivamente tornándose más largas, reflexivas y complejas. Al mismo tiempo que el comienzo de la historia fue quedando atrás, el perfil de un ineludible final fue recortándose poco a poco en el lejano horizonte. Ese final que era lejano se fue acercando inexorablemente y su figura imponente acabó por ensombrecer la ingenua ilusión que impregnó lo que en su día no fue más que un bonito comienzo.
Todo tiene un sentido infinitamente más amplio ahora y los matices son también más complejos y abundantes, porque cada paso al frente es un paso firme hacia la consecución del final de la historia de los mejores años de mi vida.
El tiempo vuela ahora y se escurre entre mis dedos sin que pueda hacer nada por evitarlo, a pesar de que estaba definido desde el principio y los términos del contrato que ambos establecimos no cambiaron en ningún momento. Quiero pensar que esto sucede así porque ambos somos ahora más maduros y más conscientes de los desafíos que somos capaces de plantearnos, así que nos ponemos a prueba para exprimirnos el uno al otro y aprender a superarnos juntos.
Una vez concluido esta parte del viaje, este acto de esta gran obra, este capítulo de esta historia, toca volver a reinventarse. El tiempo y el espacio se redefinen para plantear lo que es al mismo tiempo una invitación y un obstáculo hacia un prometedor y excitante futuro. Soy incapaz de prever qué va a suceder y aunque ello me mate lentamente por dentro, constituye en sí mismo un reto que merece la pena afrontar con la mente despejada y el corazón contento.
La niebla y los tonos grises se adueñan de los parajes por los que transcurre este relato, pero hay una luz que brilla suspendida sobre el horizonte como una estrella titilante en el cielo de una noche sin luna para mostrar que el final del viaje, aun estando parcialmente oculto, titubea con dejarse ver en algún punto del futuro. No tengo prisa por alcanzarlo porque la verdadera meta de la historia de este viaje es el camino, es cada paso, cada día, cada tarde, cada noche, cada instante escrito con paciencia y dedicación por todos aquellos que hacemos de esta obra una maravilla que merece la pena construir y vivir.
La vida es un baile y por eso hay que bailarla con elegancia; esta historia es un milagro y por eso la escribo con todo mi alma, dejándome el corazón, la cabeza, la piel y la vida en la tarea porque quiero exprimir cada segundo para encontrar las palabras exactas que resulten dignas merecedoras de poder describirla.
Todo comienza con ilusión y la ilusión debe permanecer viva hasta el final. El final debe estar marcado por la esperanza y la esperanza debe ser lo suficientemente duradera para hacer de ese final el inicio de un nuevo comienzo. Lo que comienza en este instante es un punto y aparte; un comienzo diferente en un tiempo y un espacio diferentes en el marco de una obra infinitamente grande y hermosa.
La ilusión del principio acabó por convertirse en una mezcla de sentimientos encontrados, la unión caprichosa entre la alegría y la melancolía que supone al mismo tiempo un empuje y un freno en el camino. No obstante, las promesas de un futuro radiante son lo suficientemente poderosas como para atreverse siquiera a titubear en el avance.
Todo comenzó con ilusión.
¿Sabes cómo acabó?
Acabó con un abrazo, un vacío en el pecho y la felicidad en el corazón.
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