jueves, 24 de diciembre de 2015

El viaje. Parte II - Vivir el sueño.

Los prolegómenos que preceden a la realización de cualquier viaje hacen de la planificación un camino lleno de emociones, estimulantes e ilusiones. Todo se antoja nuevo - y de hecho, lo es -, hasta tal punto que la mera posibilidad de llevarlo a cabo es ya en sí misma una motivación causante de extrema felicidad.

Cuando llega la hora de partir, de comenzar a andar, ante el camino que se extiende a tus pies sólo estás tú, por increíble que parezca. Tú, sí, y lo que llevas contigo. El equipaje personal y emocional que te hace ser lo que eres, como eres, ansiar lo que ansías, buscar lo que buscas, disfrutar de lo que disfrutas. Y esa vez, por ser el comienzo del viaje, llevas también el resultado de todos los momentos que te prepararon para estar ahí, en ese instante, dispuesto a comenzar la aventura.

Entonces das un paso y después otro, y otro más. Es así como empiezas a caminar, concluyes un capítulo y comienzas otro. El sueño deja paso a la realidad; el viaje deja de ser un ideal y se convierte en algo vívido. Comienzas a vivir el sueño. Comienzas, al fin, a vivir el viaje.

Ocurre algo, sin embargo, que no te esperas y que no estaba en tus planes: la realidad que durante mucho tiempo fue tan sólo un sueño comienza a evolucionar de forma autónoma e independiente de ti y de todas las ideas preconcebidas, deseos e, incluso, expectativas casi indeseadas. A pesar de la planificación y de todo lo que imaginaste antes de llegar al lugar en el que te encuentras ahora, la realidad se aleja de la idealidad de tu sueño.

Y es normal porque, al fin y al cabo, los sueños no existen más que en la mente de aquel que osa darles cabida en su interior. En ese instante te percatas de cuán insuficiente es el equipaje que has cargado contigo. Nada te preparó para pasar del sueño al mundo real y tú, ingenuo de ti mismo, pensaste que podías predecir cómo iba a funcionar esto.

Vivir el sueño trae consigo tener que paladear un aparente sabor agridulce en cada pedazo de cada experiencia; en sentir decepción, insatisfacción, falta de plenitud, tristeza quizá, nostalgia, melancolía, añoranza, miedo, angustia, inseguridad... Vivir el sueño es, precisamente, aprender a convivir con su propio alter ego, el auténtico y verdadero, aceptarlo, asumirlo y, con el tiempo, aprender cómo valorarlo y apreciarlo.

Sí, así es. El comienzo del viaje es duro y está lleno de sorpresas; progresivamente él se va adaptando a ti y tú aprendes a hacerlo con él en una suerte de relación mutualista que os lleva a ambos, transcurrido un tiempo a veces injustamente largo, a reconoceros el uno en el otro y encontrar, al fin, algo maravillosamente parecido a la armonía.

Sin darte cuenta el tiempo va haciéndose tuyo y lentamente la luz se adueña de la oscuridad que invadió ese espacio de tu mente reservado para la felicidad, la alegría y la emoción. Nuevos colores desplazan a los diferentes tonos de gris, aparecen matices que obviaste al principio, texturas que no eras capaz de percibir, y la realidad de ese sueño largo tiempo idealizado adquiere los matices estéticos que merece, reflejando así que después y a pesar de todo, vivir el sueño es tan emocionante como soñarlo.

Pero, por encima de cualquier cosa, es infinitamente más real, más verdadero, más auténtico, más fiel, más humano, más emocionante, más instructivo.
Y sí, mucho más bonito.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

El viaje. Parte I - Prólogo: Soñar el sueño.

Soñar es viajar, es abandonar momentáneamente el lugar en el que te encuentras e imaginar que es estás en otro tiempo, en otra parte... en otra vida, en otro mundo. Es estar lejos y a la vez sentirte cerca; es conocer lo desconocido, imaginar lo inimaginable, pensar lo impensable, ver lo nunca visto y desmitificar el mito. Soñar es viajar y viajar es hacer real lo que un día se hubo soñado.

Es tan fascinante y tan fácil dejarse llevar, tan gratificante, tan reconfortante, que a menudo es inevitable querer hacer de ese sueño y ese viaje algo tan real que acaba convirtiéndose en algo quizá peligrosamente inabarcable. Es entonces cuando empiezas a soñar el sueño. Las dimensiones, llegados a ese punto, no importan ya, como no importa desde hace tiempo la distancia entre dos partes remotamente lejanas del mundo. Todo adquiere un nuevo significado. El sueño se convierte en el viaje en sí mismo; y a pesar de que soñar es viajar, soñar no es vivir en absoluto.

Viajar es, en muchos casos, hacer realidad un sueño. En el momento de partir no solo cargas con el incómodo equipaje físico, material, sino que llevas contigo encima de los hombros una maleta bien llena de ilusiones, esperanzas, expectativas y... sueños. Porque ellos son los que te han llevado a estar ahí en ese instante, viajero intrépido en busca de una nueva aventura y un nuevo comienzo.

No pesan ni ocupan espacio pero se hacen notar, y la cantidad de todos ellos no se mide en kilos sino en latidos acelerados al llegar a un destino, en emociones compartidas al descubrirlo y en lágrimas derramadas al abandonarlo. No tienen nada de real, puesto que sólo tienen existencia dentro de esa maleta que llevas contigo y que nadie más es capaz de arrastrar. Pero, a pesar de todo, tienen un valor inestimable porque son el resultado de un buen puñado de momentos de planificación, entrega y exaltación.

Es lo que va dentro de esa maleta lo que va a ser el verdadero equipaje que, llegada la hora, te será de utilidad a la hora de enfrentarte a la realidad de tu sueño. Viajar es cumplir ese ideal; es añadir a lo que hasta entonces fue real para ti un nuevo complemento.

Pero, ¿es tu realidad compatible con la realidad de tu sueño? O mejor dicho, ¿es el equipaje que llevas contigo el adecuado para enfrentarte a la verdadera naturaleza de lo que hasta entonces imaginaste que sería tan sólo un cúmulo de ilusiones y pensamientos?

Sólo hay una manera de saberlo: vívelo.