La caja permanece siempre cerrada y la llevas contigo allá a donde vayas. Nunca te apetece abrirla porque tienes miedo de lo que guarda en su interior, a pesar de que todo te pertenece en mayor o menor medida.
Hay un punto, sin embargo, en el que por diversas circunstancias tocas fondo de alguna manera. Algo no encaja y desaparece el apoyo fundamental que te mantenía seguro, esa constante que siempre estuvo ahí y que te ayudó a caminar sin dudar. Es entonces cuando te tambaleas y las piernas te fallan por primera vez. Necesitas sentarte y descansar, y eso es lo que haces.
Comienzas a pensar en todo lo que te ha llevado hasta el instante en el que te encuentras. El futuro no parece prometedor; el pasado es apenas un jirón de niebla al que no puedes aferrarte y el presente no te proporciona nada para ayudar a ponerte en pie. En tu mochila no hay más que lo que llevas contigo mismo.
Pero, ¡espera! En la mochila sí que hay algo; hay una caja, una caja que nunca quisiste abrir... hasta ahora. Porque ahora ya no te importa nada, o al menos no te importa lo que pueda contener y no tienes miedo a lo que pueda despertar en ti, pues ¿acaso hay algo que merezca la pena despertar? Abres, por tanto, la caja y vas navegando por su interior descubriendo cosas que creías olvidadas o incluso enterradas en un lugar lejano por el paso del tiempo. Algunas de ellas no te causan emoción y apenas reparas en ellas; otras revuelven algo en tu interior. Te das cuenta de que hay tantas cosas que no querrías que estuviesen allí guardadas que te duele reconocer lo cobarde que has sido durante tanto tiempo...
Solo puedes aferrarte a ese jirón de niebla que tenías por pasado, haciendo recuento de días y noches que perdiste, momentos que estropeaste o que nunca llegaste a hacer reales, a personas que fueron una parte de ti y que dejaste atrás sin quererlo... Y sí, al final te ves a ti mismo echando de menos ese pasado que tuviste, lamentando haberlo dejado desaparecer para que se transformase en algo peor que un recuerdo; en algo que no fue digno de tener siquiera un lugar en tu corazón. El pasado se vuelve entonces real y vívido, una imagen que se proyecta ante tus ojos y te hace olvidar todo lo demás. Esa imagen te envuelve y se extiende a tu alrededor, ocupando todo el espacio que abarcan tus ojos y se transforma en un océano que te ahoga lentamente en mil emociones encontradas. En mitad de ese caos empiezas a tener miedo y sigues buscando algo que te ayude a salir de esa pesadilla, cuando te topas de frente con lo más inesperado, lo más sorprendente... Lo que más escondiste. Lo que más anhelaste.
Anhelo.
Recuerdas lo que anhelabas.
Anhelar es precisamente lo que trae consigo el recuerdo del pasado y te despierta y te lanza hacia arriba con una fuerza que te deja sin aliento. En un instante estás de vuelta en la superficie, de pie, con los ojos bien abiertos y el corazón saliéndose del pecho. Aunque no puedes evitar temblar, poco a poco te acostumbras a esa increíble sensación de vitalidad y miras a tu alrededor. Nada ha cambiado. Cierras los ojos. La cabeza te da vueltas. Miras dentro de ti. Algo ha cambiado. O todo quizá.
Hallas un nuevo punto de apoyo que no estaba antes, y comprendes. Recuperas la sensación de tener en tu interior esa constante que siempre estaba ahí y te empujaba a continuar. Ahora, sin embargo, esa constante tiene un significado completamente nuevo. La caja puede cerrarse ya.
¿Qué ha pasado?
Duele tanto recordar lo que dejaste escapar... Quizá no sea del todo tarde.
Las piernas te fallan de nuevo, pero ya no vas a caerte. No vas a caerte porque aprendiste a traer de vuelta del pasado el presente que siempre quisiste que fuese, en algún momento, parte de un futuro para compartir con quien más te importaba.
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