jueves, 27 de agosto de 2015



Parece absurdo decir esto, pero vida no hay más que una, aunque tenemos la suerte de contar con oportunidades para vivirla bien cada día. Eso es precisamente lo que la hace tan valiosa y maravillosa. E irrepetible.

No siempre es fácil elegir con sabiduría, madurez e inteligencia, y ello puede empañar de momentos grises e incluso negros recuerdos que de otra manera deberían haber sido brillantes y hermosos.

Pero no pasa nada; no pasa nada porque hay algo que está por encima de todo eso, algo que hace a esos instantes empequeñecer y ayuda a que la memoria, afortunadamente y por una vez, pueda ser capaz de olvidarse de ellos para dejar espacio únicamente a todo lo que sí es bueno, bonito y merece la pena ser recordado.

Vivir no es fácil; no es fácil para quien vive consigo mismo porque es una tarea que requiere de mucho esfuerzo y sacrificio, y tampoco es fácil vivir para los demás porque el esfuerzo y el sacrificio a veces simplemente no son suficientes, porque no estás preparado o porque no tienes la suerte de saber transmitirlos.


No obstante, y por duro que resulte, siempre merece la pena. Y como ya hay demasiadas cosas feas y tristes en el mundo, yo quiero quedarme con lo que me importa de verdad, lo que egoístamente me importa de verdad y lo que egoístamente quiero recordar, porque es, ni más ni menos, todo lo que mereces.

Por eso hoy y siempre recuerdo y recordaré ese césped y ese árbol, y esas horas de la tarde en las que jugabas conmigo al fútbol en zapatos; tu sillón; mi canasta; una videoconsola; unas zapatillas; el coche que querías regalarme y el viaje que quisiste hacer conmigo.

Las cosas buenas no deben olvidarse nunca, deben estar por encima de todo: hacen de nuestra vida una experiencia inolvidable y no deben, jamás, morir cuando lo hace alguno de nosotros.

Gracias y hasta siempre.

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