sábado, 3 de octubre de 2015

Hurricane

A veces todo está bien, sobran los motivos de queja o lástima y no hay razón alguna para dejar de sonreír. Todo es como debería ser y estar y gracias a ello te sientes afortunado.

Pero también a veces, sin querer, sientes que falta algo. No es algo que pueda explicarse ni, incluso, razonarse. Es algo pequeño, casi insignificante que (no) está ahí, que causa un vacío que no puedes llenar a pesar de que lo intentes con todas tus fuerzas y que desgraciadamente tiene un poder de expansión enorme y atroz. Por eso, aunque no haya nada que bloquee el avance de tus pies, te topas con un muro invisible a cada paso que das y al querer sortearlo te golpeas contra él una y otra vez.

Sientes que estás tan, tan cerca, que duele comprobar cómo en realidad estás tan lejos.

Afuera, en la calle, llueve y el viento arremolina las caducas hojas de los árboles para hacerlas partícipes de una danza otoñal que agita a todo aquel que se atreve a salir al exterior... y a quien contempla el espectáculo a través del cristal.

Afuera, en la calle, llueve.





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