La vida es un conjunto finito de
días que se suceden uno tras otro sin que apenas seamos conscientes de la
velocidad con la que lo hacen. Es triste, en parte, porque cada día del
calendario es único e irrepetible. Es inevitable, también, porque parecen
tantos los que quedan por llegar que es difícil intentar atribuir a todos el
verdadero valor que atesoran.
Cada día recibimos un regalo con
la salida del sol y nos deshacemos de él al atardecer sólo para que nos obsequien
con uno nuevo con la llegada del siguiente amanecer. Y durante el tiempo que
disfrutamos de este regalo procuramos darle el mayor y mejor trato posible para
que resulte útil, valioso y bonito. Y así vivimos, en inercia constante,
dejándonos llevar porque, al fin y al cabo, es fácil hacerlo.
Llenamos los días con momentos
aburridos, con momentos duros, con momentos difíciles, con momentos tristes,
con momentos cotidianos, rutinarios, normales; con momentos alegres, con
momentos positivos, momentos felices, inolvidables… Momentos.
La vida es una sucesión de momentos;
o tal vez es momento: una colección de fragmentos infinitesimales de tiempo y
espacio en los que sucede todo lo que nos hace llorar, reír, sufrir o
disfrutar. Todo se concentra en un instante que es única y exclusivamente presente;
todo lo que fuimos es así porque hubo un presente en donde decidimos ser así;
todo lo que seremos está en manos de nosotros mismos cuando decidamos elegir qué
hacer con el tiempo que se nos ha dado.
Presente.
Momentos.
Puede que sean tesis y antítesis
las que mueven el mundo, la existencia de polos opuestos, de blancos y negros,
luces y sombras. Y si es así, son generalmente la normalidad y la rutina, e
incluso la negatividad, quienes ejercen su dominio sobre los momentos de
nuestra vida. Quizá porque hay tantos que nos sobran y es difícil buscar el
valor de todos y cada uno de ellos. No obstante, lo bueno no es la norma. Y eso
no es un problema en sí mismo; el problema es no ser consciente de ello… y de
lo que significa.
Es difícil encontrar algo que te
emocione, que consiga hacerte temblar por dentro, que te erice la piel, que te
dé escalofríos, que te haga llorar (y sonreír) de felicidad y que, en
definitiva, consiga hacer de lo mundano algo extraordinario. Las cosas buenas
no deberían cambiar nunca, ¿verdad? Porque no abundan y porque son, sin duda
alguna, las que hacen que esto de vivir y coleccionar momentos merezca la pena.
Las cosas buenas a veces aparecen
sin que nos demos cuenta. Vienen sin ser vistas, suceden y se van. Con pena y
gloria, dejando tras de sí un recuerdo imborrable que pasará a formar parte de
esa colección de instantes con los que se construye una vida.
Al igual que sucede con lo
cotidiano, que acaba por perder parte de su esencia por su frecuencia de
repetición, así también uno se acostumbra fácilmente a las cosas buenas y las
acaba por esconder tras un velo de normalidad que las transforma en algo que no
son. Y es así como pierden su valor, y entonces empezamos a asumir que pasan
porque tienen que pasar. Damos por sentado que son habituales. Que después de
la primera vendrá otra, y otra, y otra más… ¿Por qué no?
La respuesta es sencilla: porque
no. Porque las cosas extraordinarias lo son precisamente porque son capaces de
proporcionarnos algo que se sale de la rutina, de lo ordinario, valga la
redundancia. Son más, mucho más que eso. Son la vida, o si no toda, las que la
dotan de sentido y valor y la hacen especial.
Pocas veces nos damos cuenta del
significado que tienen en nuestra vida cada uno de los momentos que la
componen, y mucho menos nos percatamos de lo poco que seríamos si no fuera por
los instantes que merecen la pena. Y por sus protagonistas.
La vida es un presente continuo;
esa sucesión de momentos irrepetibles que no existen en otro lugar que en el
aquí y el ahora. Es todo lo que hubo, hay y habrá. Nada hubo antes, nada habrá
después. Todo lo que vayas a ser, lo que vayas a decir y a hacer, a vivir y a
compartir debes hacerlo ahora. Hazlo ahora porque el pasado no existe, el
futuro es incierto y el presente es fugaz. No desaproveches jamás la
oportunidad de maravillarte con todo lo que ves, hueles, saboreas, oyes,
sientes y piensas porque nunca tendrá más existencia y valor que aquí y
ahora, en este momento.
No cedas a manos ajenas el poder
de cambiar tu presente y el de aquellos que te rodean. Di lo que sientes, haz
lo que quieras, vive como quieras vivir, porque si no lo haces ahora nunca
podrás.
No te permitas el lujo de pensar
que las cosas no cambian o que si algo ha pasado, o no lo ha hecho, va a volver a pasar, o a no hacerlo. No, no te
equivoques. El mundo y la vida se rigen por una dinámica impredecible que puede
hacer cambiar todo cuanto es valioso para ti de un instante a otro. Nunca sabes
lo que puede suceder en el instante que aún está por llegar. Y si hay algo que merece la pena, debes alzar la voz para
dejar constancia de ello, aquí y ahora, porque sólo así el mundo será un lugar mejor, tanto
para ti como para quien decida acompañarte en este viaje que es la vida.
La vida, que es momento.
Momentos.
Momentos que van; momentos que vienen.
Para bien o para mal todos son necesarios. Los buenos, además, son imprescindibles;
por eso debes luchar por encontrarlos, mimarlos cuando llegan y jurar por
cultivar aquello que te permita volver a toparte con ellos en el camino.
Las cosas buenas no deberían cambiar
nunca. Por eso agradece que sucedan, valora lo que te aportan y déjate la vida en
buscarlas. Aquí y ahora.
Y jamás pienses que son algo
diferente a extraordinarias maravillas.
Del presente.
Momentos irrepetibles que quién sabe si puedes estar viviendo por última vez.
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