Se nos va de las manos, como arena escurriéndose entre nuestros dedos.
Los planes para el futuro inmediato se convirtieron en algo pretérito, recuerdos que se fueron a colocar en lo alto de esa pila inmensa de todas las cosas que pasaron sin que nos diésemos cuenta y de las que querríamos haber exprimido su jugo un poquito más.
Todo va muy rápido, y parece demasiado difícil no dejarse llevar por la corriente. Todo nos arrastra a mantener ese ritmo frenético de cadencia incansable que, sin embargo, se ocupa de ir agotándonos poco a poco. De ir minando nuestro entusiasmo, nuestra alegría y nuestra felicidad. De instalarnos en un nuevo hogar donde los armarios están vacíos, donde el eco de la melancolía resuena en los pasillos y donde la única compañía que encontramos en el sofá es la de la soledad. Y así, sumidos en esa vorágine diaria de continuidad, de rutina y de normalidad nos vamos introduciendo dentro de nosotros mismos, creyendo así que nos protegemos ingenuamente de algo que, en realidad, lo único que hace por nosotros es empujarnos más y más hacia abajo.
Y así transcurre el tiempo. Un día tras otro, como hojas que caen al suelo conforme el otoño deja su rastro a su paso por el mundo.
Sin embargo, siempre hay algún momento que consigue infiltrarse entre la niebla para transformarse en una bocanada de aire fresco que despierta al espíritu alicaído y le empuja a creer que aún hay razones suficientes por las que mantenerse a flote.
Y entonces levantas la cabeza al cielo, donde no hay polvo ni asfalto ni hormigón que reduzcan tu visión ni empequeñezcan tu mundo. Buscas un aire limpio que dificultosamente llega a lo más profundo de tus pulmones, pero no te importa. Un rayo de sol se arroja sobre tu cara. El tiempo se para.
Los granos de arena quedan retenidos en la palma de tu mano.
El futuro, de repente, se desvanece ante tus ojos y no hay nada más que tú, en ese instante. Tú y lo que hay en ti, que es todo eso que fue antes y mantienes contigo ahora. Te detienes en ese momento, lo paladeas y te sumerges en lo que lo precedió; en todo lo que fue bonito y mereció la pena; en todo lo que te hizo llegar a donde estás ahora, de la forma en la que estás ahora.
Qué hermoso es poder encontrar ese momento de calma, sosiego, donde el mundo desaparece a tu alrededor y sólo estás tú y lo que hay en tu cabeza... El recuerdo de todos esos lugares, instantes y personas que están o no, ahora, pero sin cuya existencia inmortal en tu memoria la configuración de la realidad, tu realidad, no tendría sentido alguno.
La realidad que cimienta tu presente.
La arena que se escurre entre tus dedos.
El tiempo que debes cuidar; el instante que debes encontrar para detenerte, buscarte y encontrarte...
... allá donde sea que te sientas en paz.
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