Querido Going Solo…
Hoy, por primera vez en mucho tiempo, me he animado a volver a escribir. No es, sin embargo, la primera ocasión en la que haya sentido la necesidad de hacerlo, pero sí es ahora cuando he vuelto a encontrar la motivación y voluntad necesarias para llevarlo a cabo.
El cambio de año es siempre un momento crucial en nuestro recorrido alrededor del Sol para detenernos un segundo y hacer balance; recapitular, reflexionar y poner en perspectiva lo que tenemos, lo que llevamos con nostros hacia el futuro y lo que dejamos atrás.
No he podido evitar hacerlo, así como tampoco he podido evitar percatarme de aquellas cosas que no son como querría que fuesen, que faltan, que han desaparecido o que directamente han dejado de ser por el simple transcurrir del tiempo y el caprichoso devenir de las circunstancias.
Soy un firme defensor de lo bonito, lo bueno y lo bello. De las pequeñas cosas y los pequeños grandes momentos. Pero al completar este ejercicio de introspección, en este año emerge un sentimiento nuevo en mí; un sentimiento que es una mezcla de varios a la vez, pero que está indeleblemente teñido de un tono de pesadumbre, de tristeza, de nostalgia y de decepción.
Después de tanto tiempo, he sentido la necesidad sincera de pedir perdón. Pedir perdón y dar las gracias, pues no cabría en mí la culpa de no existir también una inmensa sensación de plenitud al darme cuenta de la privilegiada posición que ocupo en este minúsculo reducto del mundo. Sentirte afortunado te enfrenta de una manera brutal a ti mismo, te pone a prueba y eleva al grado superlativo el sentimiento de responsabilidad derivado del maldito, y bendito, agradecimiento por la oportunidad brindada de recorrer este hermoso camino y poder hallar maravillosos acompañantes en él.
Pero esa fortuna no es concedida a la ligera; viene cargada de un enorme compromiso que resulta absolutamente ineludible: para dar, para compartir y para estar a la altura. Porque todo privilegio conlleva una gran responsabilidad.
Hoy, por encima de todo, quiero dejar constancia de mi remordimiento.
Remordimiento y promesa de superación.
Por todas las ocasiones en las que fui necesario y no cumplí las expectativas.
Por los momentos en los que se me esperó y no aparecí.
Por llegar tarde.
Por no estar, o por estar poco.
O por desaparecer.
Por errar al priorizar.
Y por fallar.
Por prometer y no cumplir.
Por decepcionar.
Por la desidia.
Por la dejadez.
Por no cuidar.
Por dejar ir…
Prometo que jamás fue mía la intención de eludir ni mi compromiso ni mi responsabilidad. Si no estuve a la altura sólo me queda pedir perdón, y desear poder seguir siendo digno del regalo que es el tiempo, la compañía, el pasado, el presente y el futuro de toda la vida que nos queda por vivir.
Si existió un momento habita en mí un recuerdo, y por ello será para siempre un tesoro en mi corazón.
Si mañana fuera el último día, no podría irme sin dejar todo esto aquí escrito.
Y si no lo fuera, estas palabras conformarían simplemente el propósito más firme que jamás me atreví a formular al dar comienzo un nuevo año.
Gracias a todos por estar; por ser.
Por lo vivido.
Y por lo que esté por llegar.
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