«Son parte del pasado ahora, pero me hicieron sentir tan libre y tan feliz que no concibo otra cosa que poder traerlos de vuelta...»
La fuerza de la nostalgia se torna a veces insoportable, opresiva y asfixiante, al comprobar cómo la vida y el tiempo se escapan escondidos entre los granos de arena que se escurren por las palmas de mis manos.
Algo hay, sin embargo, más poderoso e intenso que la nostalgia: la gratitud. Agradecimiento puro, sincero e infinito por todo aquello que mi corazón ama: los lugares y personas que me hacen ser, que me han acompañado, transportado, llevado al punto en el que hoy me encuentro y desde el cual contemplo, completamente abrumado, la fortuna inmensa que invade este camino de la vida por el cual transito.
Los granos de arena, antes de caer, brillan al sol. Se convierten en rutilantes piedras preciosas que se dejan arrancar destellos fugaces, hermosos y efímeros, de todos los colores. Centelleos que son recuerdos, emociones e instantes.
La vida se escurre entre mis dedos. Pero mientras lo hace, Dios mío, qué bonita luce en su caída perpetua hacia el abrazo con la muerte.
Gratitud.
Por todo.
Por todos.
Nostalgia.
Y gratitud.
Alegría; una sonrisa; un año más.
Un rayo de sol.
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