¿A dónde se van los sueños que mueren?
¿Qué sucede con las mil imágenes proyectadas en ese futuro que creíste poder hacer tuyo y que jamás se hará realidad?
¿Qué le ocurre a la persona que eras entonces, y en la que te prometiste convertirte?
¿Cuál es el remanente de las promesas vacías y las palabras volátiles que desaparecen en el tiempo, sin pena ni gloria, como si jamás hubiesen sido pronunciadas?
¿Qué valor tienen los pedazos a los que quedaron reducidos tus anhelos?
El daño, la tristeza, el miedo, el dolor y la duda son ingredientes de la receta del desastre, del azote de un vendaval que arrastra consigo lo que queda de unos pensamientos que fueron luz y esperanza en un imaginario íntimo y privado, propiedad exclusiva y patrimonio del más valioso de los sentimientos.
Sin embargo, todas esas cosas que un día formaron parte de ti y fueron la razón de ser de tus días y noches no desaparecen sin más; no se desvanecen sin dejar rastro como si nunca hubieran existido; al contrario, son las raíces que sustentan el terreno sobre el que pisas y son la prueba indeleble de lo que eres, lo que vales y lo que mereces.
¿Dónde está? ¿Dónde están? ¿A dónde fueron? ¿A dónde voy?
Decenas de preguntas se agolpan en mi cabeza.
Sacudidos los cimientos de la tierra, hasta la más pequeña de las plantas se pregunta por el sentido de todas las cosas: ¿para qué brotar hacia el cielo aquí, en mitad de la nada?
¿Entonces, qué?
Sólo te queda aferrarte a las certezas, a la fuerza de los elementos que permanecen bajo tu influencia y control. Los cimientos de tu vida se asientan sobre una capa que aunque parezca frágil es en realidad la roca madre que te mantiene anclado a la realidad cuando a tu alrededor el torrente arrasa con todo lo que encuentra a su paso.
Desprovisto el suelo del bosque del firme abrazo de los árboles, debe confiar en los hierbajos y los rastrojos para mantenerse fuerte, sólido y no dejarse ir río abajo hacia el mar. Cederá parte de su territorio; perderá una parte de sí y sacrificará lo que jamás quiso sacrificar, pero cuando todo amaine aún le quedará vida que pugne por luchar.
Sobre la tierra siempre habrá raíces. Y de una semilla brotará el verde una vez más.
La vida nunca se apagará.
El bosque jamás volverá a ser el mismo, pero a pesar de todo será, y transmitirá consigo la esencia de lo que siempre fue y nunca dejó de ser; de lo que quiso, lo que deseó, lo que hizo y lo que consiguió. De lo que es. De lo que siente. De lo que ama.
Los sueños que mueren dejan su huella antes de irse, y lo que hicieron de ti mientras los perseguías es lo que te ha llevado a estar aquí, después de todo, desprovisto de ellos y de todo lo demás.
Ellos no, pero tú sobreviviste.
Queda en ti su recuerdo y todo lo que te enseñaron durante el camino.
Ahora, ante la incertidumbre natural de quien se enfrenta por vez primera a un sendero nuevo, casi infinito, mis pies aprenden otra vez a avanzar uno detrás del otro, recorriendo este sendero que se extiende colina abajo y se adentra, prometedor y serpenteante, entre las sombras de un bosque que aguarda, impaciente, su oportunidad para volver a crecer.
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