jueves, 7 de mayo de 2015

Dos

Tienes en tu interior un regalo, un diamante en bruto que no brilla a la luz del sol pero que es duro y frágil y tiene decenas de líneas y aristas que configuran la bella complejidad de su forma. Su valor es incalculable, así que lo llevas contigo dondequiera que vas, protegido para que se mantenga intacto hasta que puedas encontrar el momento adecuado para poder entregarlo con seguridad.

Lo encontraste por casualidad y lo tomaste como si fuese tuyo, como si te perteneciese, porque te pareció que no podrías dejarlo pasar así sin más, como se deja de lado una piedra en el camino al caminar.

Este diamante no proviene de la tierra, pero de algún modo te ata a ella como las raíces mantienen anclado a un árbol al suelo del bosque. No es una semilla, pero de algún modo sientes que está lleno de una energía inconmensurable que pugna por explotar, por tener la oportunidad de desafiar a la vida para mostrar todo lo que de bueno y bello hay en él.

Ese diamante que portas con recelo y desvelo en tu interior es el regalo más grande que nunca concebiste y el que jamás serás capaz de superar, pues sin quererlo pusiste tanto de ti en él para decorarlo que se llevó parte de aquello que te define y te describe, que te hace ser quien eres.

Ese regalo inerte que descubriste por casualidad es ahora una y dos cosas a la vez: es tu carta de compromiso con la vida tal y como la entiendes y comprendes y es también, y al mismo tiempo, un reflejo de lo que eres y ofreces y de lo que quieres poder llegar a ser y ofrecer.

A pesar de todo, a pesar de tu empeño y tus ganas de mejorar aquello que tan sólo se permitía el lujo de ser corriente y ordinario, ves a tu regalo languidecer, consumirse lentamente con el incansable suceder de los días y las noches, perdiendo vigor a cada instante mientras tú pierdes junto a él la confianza y la determinación.

Lo que primero era ante tus ojos nítido y claro se antoja ahora más difuso, y no es que ya no quieras deshacerte de tu valioso regalo, sino que comienzas a dudar de que alguien esté ahí esperando para recibirlo ansioso. Entonces es cuando ese diamante convertido en semilla se marchita y comienza a dejarse morir.

Y tú, que no quieres que eso suceda bajo ningún concepto, te abandonas completamente a la tarea de regalarte la última, definitiva oportunidad de llevar a cabo la misión a la que te entregaste con devoción cuando recogiste aquel regalo por primera vez. Fue aquel impulso fugaz el que auténticamente te mostró el verdadero camino a seguir.

Tu regalo no puede desvanecerse así, sin más, sin que pueda ser capaz de mostrarse tal y como es, de prometer a quien lo merezca todo lo que tiene en sí para ofrecer y para regalar a quien lo merezca todo lo que tiene en sí para regalar... porque es, al fin y al cabo, el regalo más bonito del mundo.

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