Azul.
De repente, se colaron en mi mente imágenes y sensaciones de aquel lugar en aquel momento en el que fuimos al margen del resto del mundo. Me sorprendieron colores y olores de mañanas, tardes y noches que no nos pertenecieron más que durante el caprichoso segundo en el que existieron con nosotros, pero que fueron lo suficientemente vívidos para sentirlos y hacerlos nuestros.
Infinitud.
El alegre nerviosismo que nos invadió entonces inundó de nuevo mi recuerdo. La respiración rápida; la sonrisa traviesa. No pude evitar volver a sentir esa emoción que fue la esencia pura de aquellos días. Sencillos, normales. Cortos, acaso. Insuficientes. Pero al mismo tiempo infinitos. Y hermosos, muy hermosos.
Salitre.
Mis pies, aprisionados ahora en la cárcel de unos zapatos, añoran el frescor del mar, la rugosidad de la arena, el cosquilleo de las olas sobre la piel. Todo era cálido y fresco al mismo tiempo. Y la brisa, la brisa del mar, nos acariciaba con el despuntar del amanecer y con el morir de otra tarde en la playa al contemplar la huida del sol en su persecución del horizonte.
Libertad.
Qué caprichoso es el tiempo, que me ofrece ahora la dulce miel de un pasado maravilloso del que sólo queda un regusto dulce y con un punto amargo. Sin embargo, todo parece increíblemente real, como si nada hubiera sucedido desde entonces; como si, a pesar de la brevedad, hubiera existido a cada instante en nuestra memoria, brillante y deliciosamente presente. Para que así, sin saberlo y casi sin quererlo, pudiéramos hallar hasta el más minúsculo pedacito de la esencia de aquellos días que fueron sólo con nosotros en todos los que vinieran después.
Calor.
Y desde aquí me veo; nos veo paseando, comiendo, bailando, hablando y riendo como si nada más importase, porque así era entonces. Porque era sencillo. No había necesidad de pensar. La única obligación era ser. Disfrutar. Vivir. Nos acompañaba el sol. Fueron días cálidos, por dentro y por fuera de nosotros. El mar estaba en calma, y nosotros lo estábamos con él. Y ahora recuerdo ligereza y arena, suavidad y piel.
Pasé la última página y cerré el libro. Y aunque fue un movimiento corto y carente de todo rastro de gracilidad y artificio, por un fugaz instante volví a ver la tela liviana de un vestido agitada por el viento del verano, enroscándose y cerrándose sobre tu caminar... como aquella última página de aquel libro.
Fue todo aquello lo que me impulsó a soñar con el recuerdo de los días no vividos.
sábado, 30 de abril de 2016
sábado, 23 de abril de 2016
Crepúsculo
- You don't think about getting old when you're young... you shouldn't.
- Must be something good about gettin' old?
- Well I can't imagine anything good about being blind and lame at the same time but, still at my age I've seen about all that life has to dish out. I know to separate the wheat from the chaff, and let the small stuff fall away.
- So, uh, what's the worst part about being old, Alvin?
- Well, the worst part of being old is rememberin' when you was young.
miércoles, 13 de abril de 2016
"In times like these I should never grow away"
La visión del valle abriéndose hacia las montañas, de la imponente majestuosidad de esas moles de roca alzándose a tan sólo unos kilómetros de distancia, cubiertas de nieve en su mayor parte. Líneas de picos extendiéndose hasta donde alcanza la vista. Tonos blancos y grises, casi negros desde la distancia. Y más abajo, bosques y campos verdes desplegándose sin miedo por las laderas y más abajo aún hasta desaparecer. El verde domina ese territorio donde bulle la vida. Y más arriba, azul. Radiante, luminoso e intenso, tachonado por multitud de rayos procedentes del sol que tiñen de dorado ese paisaje sobrecogedor.
Y tú, casual y momentáneo observador silencioso de ese retablo de luz, de vida y de color no puedes evitar sentir como si una flor se desperezase en tu interior por primera vez tras el paso del invierno. Parece que sólo hay lugar para la esperanza y el optimismo. El día brilla y tú brillas con él. Porque dejarse llevar suena demasiado bien.
Sabes, sin embargo, que todo es un espejismo. Un preludio que sirve de preparación para lo que está por venir, que será gris, negro, verde, azul y dorado. Todos a la vez, o quizá falte alguno. No lo sabes.
Algo es seguro: eso que ahora contemplas pronto desaparecerá para no volver jamás.
Nostalgia...
Y te preguntas a dónde te arrastrará a ti esa sombra que se cierne sobre las montañas...
Y tú, casual y momentáneo observador silencioso de ese retablo de luz, de vida y de color no puedes evitar sentir como si una flor se desperezase en tu interior por primera vez tras el paso del invierno. Parece que sólo hay lugar para la esperanza y el optimismo. El día brilla y tú brillas con él. Porque dejarse llevar suena demasiado bien.
Sabes, sin embargo, que todo es un espejismo. Un preludio que sirve de preparación para lo que está por venir, que será gris, negro, verde, azul y dorado. Todos a la vez, o quizá falte alguno. No lo sabes.
Algo es seguro: eso que ahora contemplas pronto desaparecerá para no volver jamás.
Nostalgia...
Y te preguntas a dónde te arrastrará a ti esa sombra que se cierne sobre las montañas...
domingo, 3 de abril de 2016
"Viajar es vivir"
Coge un tren.
Monta en un autobús.
Camina.
Súbete a un avión.
Viaja.
Visita lugares en los que nunca has estado, lugares en los que querrías estar, lugares en los que querrías perderte, lugares que consigan hacerte contener la respiración, mirar al cielo, sonreír y emocionarte.
¿Por qué has de viajar?
Por dos razones. Debes viajar para romperte. Hacer de ti cien, o mil, o un millón de pedazos y dejar uno en cada rincón al que vayas, pues ello significará que estuviste allí, que abriste una suerte de paréntesis en el espacio y el tiempo de todos los días para marcharte, cerca o lejos, para conocer otros pueblos, otras ciudades, con los pies ligeros y los ojos bien abiertos. Recorrerás calles, plazas, parques, puentes, bosques, montañas y un sinfín de lugares maravillosos de los que te enamorarás, y no podrás evitar dejar atrás uno de esos pedacitos para que quede constancia, de alguna manera, de que fuiste feliz allí.
Quién sabe si, algún día, quizá decidas volver a alguno de esos lugares para recordar, para recuperar esa parte de ti abandonada en el pasado. Volver para sentir lo que sentiste; volver para emocionarte como te emocionaste. Volver para ser libre otra vez; para ser joven de nuevo. Volver para mirarte desde la prudente distancia que confiere la experiencia y la madurez y sonreír al reconocer en ti al que fuiste antes. Al que siempre has sido.
Debes viajar, también, para convertir cada lugar de este maravilloso mundo en una fotografía que incorporar a tu álbum particular. Sólo así podrás construir una colección de recuerdos digna de ser preservada en la memoria y mostrada a todo aquel que tenga los oídos dispuestos para escucharte.
Pero no sólo debes viajar para recordar. Debes viajar para nutrirte, para tomar de cada tierra por la que camines aquello que te haga más sabio, más inteligente, más feliz, más solidario, más... humano.
Viaja para crecer y ser más rico.
Viaja para soñar.
Viaja para descubrir.
Viaja para perderte.
Viaja para encontrarte.
Viaja para llorar, para reír, para ser feliz.
Viaja para vivir.
Viaja para hacer de la vida una historia que merezca la pena contar.
Pero, por encima de todo, viaja para hacer de tu vida y tu historia un relato que puedas compartir. Para ello necesitas algo esencial, imprescindible, radical: un compañero de viaje. O varios.
La maleta que lleves contigo y lo que porte en su interior es y será siempre secundario. Tu única y exclusiva preocupación deberá ser la de viajar con las personas adecuadas, pues serán ellas, y sólo ellas, las que marquen la diferencia; las que consigan transformar lo cotidiano en algo extraordinario.
Y eso, por extraño que parezca, es a la vez muy fácil y muy difícil de conseguir.
Es fácil porque los requisitos a cumplir no son demasiado exigentes, pero conseguir que todos, o unos cuantos, o sólo unos pocos tengan la suerte de reunirse en ti y en tus compañeros de viaje es caprichosamente complicado.
Asegúrate, de verdad, de llevar contigo cosas así:
Serán indispensables, créeme.
¿Y por qué?
Porque necesitarás reírte, necesitarás hacer el tonto, hacerte pasar por local o por un viajero venido de muy lejos; necesitarás un guía, una cámara de fotos y una mano que la maneje; necesitarás bailar, saltar, correr, gritar como si sólo importase el instante presente; necesitarás vitalidad, energía, alegría, optimismo, solidaridad. Necesitarás a alguien a quien puedas llamar amigo para caminar juntos, para tropezar, para levantaros y apoyaros el uno en el otro cuando las fuerzas y las piernas fallen.
Pero, sobre todo, para vivir juntos.
Viaja. Viájalo todo. Viaja todo lo que puedas y viaja con quien de verdad merece la pena.
Sé libre.
Sé joven.
Sonríe al despertar y con la caída del sol.
Emociónate con los reflejos del sol arrancados en el agua de un estanque, con la sombra proyectada sobre el muro de una imponente catedral, con los colores de un parque al atardecer y con el brillo solitario de la luna y las estrellas en una noche sin nubes en el cielo.
Viaja y deja una parte de ti allá a donde vayas. Viaja y trae contigo un recuerdo de cada lugar por el que camines. Graba cada instante en la retina o en la memoria de una cámara.
Viaja para vivir.
Vive cada momento con intensidad.
Conviértelo en especial.
Y recuérdalo.
Haz del camino un lugar que nunca jamás quieras abandonar... y compártelo con quien de verdad merezca la pena.
Y no olvides que el destino de todo viaje es, precisamente, el camino.
Monta en un autobús.
Camina.
Súbete a un avión.
Viaja.
Visita lugares en los que nunca has estado, lugares en los que querrías estar, lugares en los que querrías perderte, lugares que consigan hacerte contener la respiración, mirar al cielo, sonreír y emocionarte.
¿Por qué has de viajar?
Por dos razones. Debes viajar para romperte. Hacer de ti cien, o mil, o un millón de pedazos y dejar uno en cada rincón al que vayas, pues ello significará que estuviste allí, que abriste una suerte de paréntesis en el espacio y el tiempo de todos los días para marcharte, cerca o lejos, para conocer otros pueblos, otras ciudades, con los pies ligeros y los ojos bien abiertos. Recorrerás calles, plazas, parques, puentes, bosques, montañas y un sinfín de lugares maravillosos de los que te enamorarás, y no podrás evitar dejar atrás uno de esos pedacitos para que quede constancia, de alguna manera, de que fuiste feliz allí.
Quién sabe si, algún día, quizá decidas volver a alguno de esos lugares para recordar, para recuperar esa parte de ti abandonada en el pasado. Volver para sentir lo que sentiste; volver para emocionarte como te emocionaste. Volver para ser libre otra vez; para ser joven de nuevo. Volver para mirarte desde la prudente distancia que confiere la experiencia y la madurez y sonreír al reconocer en ti al que fuiste antes. Al que siempre has sido.
Debes viajar, también, para convertir cada lugar de este maravilloso mundo en una fotografía que incorporar a tu álbum particular. Sólo así podrás construir una colección de recuerdos digna de ser preservada en la memoria y mostrada a todo aquel que tenga los oídos dispuestos para escucharte.
Pero no sólo debes viajar para recordar. Debes viajar para nutrirte, para tomar de cada tierra por la que camines aquello que te haga más sabio, más inteligente, más feliz, más solidario, más... humano.
Viaja para crecer y ser más rico.
Viaja para soñar.
Viaja para descubrir.
Viaja para perderte.
Viaja para encontrarte.
Viaja para llorar, para reír, para ser feliz.
Viaja para vivir.
Viaja para hacer de la vida una historia que merezca la pena contar.
Pero, por encima de todo, viaja para hacer de tu vida y tu historia un relato que puedas compartir. Para ello necesitas algo esencial, imprescindible, radical: un compañero de viaje. O varios.
La maleta que lleves contigo y lo que porte en su interior es y será siempre secundario. Tu única y exclusiva preocupación deberá ser la de viajar con las personas adecuadas, pues serán ellas, y sólo ellas, las que marquen la diferencia; las que consigan transformar lo cotidiano en algo extraordinario.
Y eso, por extraño que parezca, es a la vez muy fácil y muy difícil de conseguir.
Es fácil porque los requisitos a cumplir no son demasiado exigentes, pero conseguir que todos, o unos cuantos, o sólo unos pocos tengan la suerte de reunirse en ti y en tus compañeros de viaje es caprichosamente complicado.
Asegúrate, de verdad, de llevar contigo cosas así:
¿Y por qué?
Porque necesitarás reírte, necesitarás hacer el tonto, hacerte pasar por local o por un viajero venido de muy lejos; necesitarás un guía, una cámara de fotos y una mano que la maneje; necesitarás bailar, saltar, correr, gritar como si sólo importase el instante presente; necesitarás vitalidad, energía, alegría, optimismo, solidaridad. Necesitarás a alguien a quien puedas llamar amigo para caminar juntos, para tropezar, para levantaros y apoyaros el uno en el otro cuando las fuerzas y las piernas fallen.
Pero, sobre todo, para vivir juntos.
Viaja. Viájalo todo. Viaja todo lo que puedas y viaja con quien de verdad merece la pena.
Sé libre.
Sé joven.
Sonríe al despertar y con la caída del sol.
Emociónate con los reflejos del sol arrancados en el agua de un estanque, con la sombra proyectada sobre el muro de una imponente catedral, con los colores de un parque al atardecer y con el brillo solitario de la luna y las estrellas en una noche sin nubes en el cielo.
Viaja y deja una parte de ti allá a donde vayas. Viaja y trae contigo un recuerdo de cada lugar por el que camines. Graba cada instante en la retina o en la memoria de una cámara.
Viaja para vivir.
Vive cada momento con intensidad.
Conviértelo en especial.
Y recuérdalo.
Haz del camino un lugar que nunca jamás quieras abandonar... y compártelo con quien de verdad merezca la pena.
Y no olvides que el destino de todo viaje es, precisamente, el camino.
29/03 - 03/04
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