Azul.
De repente, se colaron en mi mente imágenes y sensaciones de aquel lugar en aquel momento en el que fuimos al margen del resto del mundo. Me sorprendieron colores y olores de mañanas, tardes y noches que no nos pertenecieron más que durante el caprichoso segundo en el que existieron con nosotros, pero que fueron lo suficientemente vívidos para sentirlos y hacerlos nuestros.
Infinitud.
El alegre nerviosismo que nos invadió entonces inundó de nuevo mi recuerdo. La respiración rápida; la sonrisa traviesa. No pude evitar volver a sentir esa emoción que fue la esencia pura de aquellos días. Sencillos, normales. Cortos, acaso. Insuficientes. Pero al mismo tiempo infinitos. Y hermosos, muy hermosos.
Salitre.
Mis pies, aprisionados ahora en la cárcel de unos zapatos, añoran el frescor del mar, la rugosidad de la arena, el cosquilleo de las olas sobre la piel. Todo era cálido y fresco al mismo tiempo. Y la brisa, la brisa del mar, nos acariciaba con el despuntar del amanecer y con el morir de otra tarde en la playa al contemplar la huida del sol en su persecución del horizonte.
Libertad.
Qué caprichoso es el tiempo, que me ofrece ahora la dulce miel de un pasado maravilloso del que sólo queda un regusto dulce y con un punto amargo. Sin embargo, todo parece increíblemente real, como si nada hubiera sucedido desde entonces; como si, a pesar de la brevedad, hubiera existido a cada instante en nuestra memoria, brillante y deliciosamente presente. Para que así, sin saberlo y casi sin quererlo, pudiéramos hallar hasta el más minúsculo pedacito de la esencia de aquellos días que fueron sólo con nosotros en todos los que vinieran después.
Calor.
Y desde aquí me veo; nos veo paseando, comiendo, bailando, hablando y riendo como si nada más importase, porque así era entonces. Porque era sencillo. No había necesidad de pensar. La única obligación era ser. Disfrutar. Vivir. Nos acompañaba el sol. Fueron días cálidos, por dentro y por fuera de nosotros. El mar estaba en calma, y nosotros lo estábamos con él. Y ahora recuerdo ligereza y arena, suavidad y piel.
Pasé la última página y cerré el libro. Y aunque fue un movimiento corto y carente de todo rastro de gracilidad y artificio, por un fugaz instante volví a ver la tela liviana de un vestido agitada por el viento del verano, enroscándose y cerrándose sobre tu caminar... como aquella última página de aquel libro.
Fue todo aquello lo que me impulsó a soñar con el recuerdo de los días no vividos.
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