Es curioso el poder que tiene la música para hacerte volar; para transportarte a un lugar lejano y desconocido donde no hay necesidad de mantener los pies en el suelo, donde puedes alzar la mirada y sentir que te conviertes en un compañero de las estrellas del cielo. Todo eso y la incontenible felicidad, libertad, alegría que nace en el fondo del pecho y te obliga a sonreír y a respirar, a vivir, a soñar. Y por qué no, también a llorar.
Una experiencia así no te deja indiferente; no puede hacerlo. Hay algo que vibra en mí a partir de ahora de manera constante y que salta y se retuerce y me hace estremecer cada vez que alguna de esas canciones tan especiales vuelve a dejarse oír. Pero no es sólo la música lo que me llena por dentro, sino la música y los recuerdos que trae abrazados a ella.
La libertad, la paz, la sensación de total confianza, seguridad y disfrute de esos días han tenido una suerte de banda sonora privilegiada, enérgica e inevitablemente inolvidable.
Y si el guión y la melodía fueron perfectos, no fueron menos los protagonistas de esta historia. Sin ellos no se podría haber compuesto una pieza tan especial y a la vez tan sencilla.
Nada volverá a ser como antes. Lo que primero eran meros acordes distantes, respetuosos, son y serán desde hoy acordes y recuerdos, mensajeros perennes, testigos fieles, buenos amigos de aquellos instantes que han quedado grabados en nuestras retinas.
Por estos días. Por lo que significaron y por lo que han sido. Por el futuro. Por este pequeño gran comienzo.
Porque la vida es maravillosa.
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