martes, 16 de julio de 2013

Por...

Se ha producido un cambio en mi interior. Puedo sentirlo porque, sencillamente, he vivido algo que agitó lo que había dentro de mí y alteró su orden anterior. En el fondo me gusta cómo ha quedado colocado, aunque ahora únicamente haya espacio para la tristeza ante su inminente final además de una profunda sensación de necesidad, de revivirlo todo de nuevo, como si fuese la primera vez...

Es curioso el poder que tiene la música para hacerte volar; para transportarte a un lugar lejano y desconocido donde no hay necesidad de mantener los pies en el suelo, donde puedes alzar la mirada y sentir que te conviertes en un compañero de las estrellas del cielo. Todo eso y la incontenible felicidad, libertad, alegría que nace en el fondo del pecho y te obliga a sonreír y a respirar, a vivir, a soñar. Y por qué no, también a llorar.

Una experiencia así no te deja indiferente; no puede hacerlo. Hay algo que vibra en mí a partir de ahora de manera constante y que salta y se retuerce y me hace estremecer cada vez que alguna de esas canciones tan especiales vuelve a dejarse oír. Pero no es sólo la música lo que me llena por dentro, sino la música y los recuerdos que trae abrazados a ella.

La libertad, la paz, la sensación de total confianza, seguridad y disfrute de esos días han tenido una suerte de banda sonora privilegiada, enérgica e inevitablemente inolvidable. 

Y si el guión y la melodía fueron perfectos, no fueron menos los protagonistas de esta historia. Sin ellos no se podría haber compuesto una pieza tan especial y a la vez tan sencilla.

Nada volverá a ser como antes. Lo que primero eran meros acordes distantes, respetuosos, son y serán desde hoy acordes y recuerdos, mensajeros perennes, testigos fieles, buenos amigos de aquellos instantes que han quedado grabados en nuestras retinas.

Por estos días. Por lo que significaron y por lo que han sido. Por el futuro. Por este pequeño gran comienzo.

Porque la vida es maravillosa.

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