Sí, muchas cosas cambiaron. El cálido refugio de las tardes de verano proporcionó la calma necesaria para que la mente pudiese liberar las cadenas que la maniataban y volar libre.
La mente ordenó su existencia, su cómo y su por qué. Se alzó por encima del mar de dudas que se cernía inexorable sobre ella y alcanzó un remanso de sosiego en el que encajó cada pieza y detalle.
El puzzle que la mente no podía resolver al fin vio su momento cúlmen, el instante de la determinación férrea, de la irrevocabilidad absoluta. La comprensión de la verdad fue el punto final que marcó un nuevo comienzo.
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