Caminaba trazando una fina línea que bien se asemejaba a una cuerda tendida entre los dos extremos de una pared de roca abierta al vacío. Las vistas desde aquella altura eran majestuosas, pero más lo eran las que aguardaban al otro lado, alzándose en la distancia altaneras y casi inalcanzables.
No tenía otro modo de vida que el de estrujar cada segundo al máximo como quien aprieta una esponja para que expulse el agua; cada instante era un fruto carnoso que debía exprimir para saborear el dulce sabor de su jugo. De la misma manera, no podía sino perseguir permanente e incansablemente la perspectiva de la visión más hermosa del mundo.
Y ahí estaba, caminando sobre la cuerda, incapaz de mantenerse a salvo, haciendo caso omiso del riesgo para, en lo que quizá se demostrase un esfuerzo fútil, ser irremediablemente fiel a sí mismo.
Haciendo equilibrios se deslizó sobre el vacío. A unos pasos de distancia se hallaba el lugar que tanto había soñado con alcanzar; por debajo, una caída din retorno para la cual nunca había estado preparado en realidad.
Seguía caminando. En cualquier instante podría tropezar, tambalearse, o el viento, o algo desde el otro lado podría agitar la cuerda... La línea se rompería y sería ya demasiado tarde.
Seguía caminando. Podía caer en cualquier momento, pero no quería, en el fondo de su corazón, admitir ni por un momento que tal desenlace fuese posible.
No dejaba de caminar, y llegó un punto en el que se sintió muy cerca y a la vez horriblemente lejos. No veía ya el otro lado; la niebla se había interpuesto en su camino y todo lo que había a su alrededor desapareció. Tuvo miedo. No quería retroceder. No quería caer. Sólo quería llegar.
Por esa razón y sólo por esa siguió caminando, a ciegas, y se adentró en aquel denso manto gris sin mirar atrás.
Tan hermosa, especial y esperanzadora había sido la vista desde la seguridad del lado que para siempre había abandonado que se dijo que, pasase lo que pasase, hasta la más remota posibilidad de culminar aquella travesía suicida sobre el vacío haría que esa dulce tortura mereciese la pena.
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