29. Los momentos de dudas, de decepciones, cuando cometes un error.
30. Celebrar días de felicidad pasados.
31. Entrar en trance.
32. Arrepentirse.
33. Ver una foto, y que lo que te recuerda te conmueva por dentro.
34. Recorrer una ciudad enorme por la noche.
35. Los días grises.
36. Volver a casa de noche, caminando, sintiéndote vacío.
37. Ver amanecer.
38. Los momentos de melancolía.
39. Caminar bajo la lluvia.
40. Escuchar todos los viernes de tu vida.
41. Los momentos en los que te fallan las fuerzas.
42. Decir adiós a un tiempo, una etapa, una época que siempre recordarás con cariño.
43. Escuchar por la noche, antes de dormir.
44. Tener una cerveza en la mano, amigos alrededor y una tarde de sol en cualquier lugar.
45. Despedirte de alguien, que duela, irte lejos, cambiar, que pasen los años, que recuerdes... y que en algún momento, en algún lugar, os volváis a encontrar. Que puedas celebrar la nostalgia, la melancolía, el paso del tiempo... y la vida.
46. Un momento bajo, oscuro, de donde cuesta salir.
47. Estar lejos, sentirte lejos y echar de menos.
48. Cuando pierdes la esperanza.
49. Enterrar la cabeza en un hombro que te resulta familiar y querido, dejarte envolver por un abrazo y un perfume, fundirte, mientras a tu alrededor el bullicio y la gente desaparecen...
50. Una mesa y una cena, luces tenues y la compañía perfecta.
Hoy era un día de primavera maravilloso en Madrid.
Hacía un calor agradable, el cielo mostraba un color azul límpido, precioso, y las calles estaban rebosantes de vida. Era un día de estos en los que te apetece sonreír, estar alegre, reír y disfrutar de lo bonito que es el mundo.
Estaba comiendo en un restaurante que al parecer está bastante de moda, de estos minimalistas que usan vajilla de formas inusuales y sirven platos de nombres casi tan apetitosos y elaborados como la propia comida. Pero a pesar de que todo estaba delicioso, no era precisamente eso lo que llenaba mis pensamientos en aquel momento.
Me acompañaban, y tenía la suerte de acompañar, a tres personas más. Y mientras decidíamos qué íbamos a comer, qué escoger, qué probar, ¿arriesgar?, me dio por hacer algo que me resulta bastante fácil de conseguir. Observé la situación desde fuera, tomando distancia, como si fuese alguien externo a lo que se decía y sobre lo que se reía.
Y pensé en lo que estaba sucediendo, la naturaleza de la situación de la que éramos parte, las circunstancias que nos hacían estar allí en aquel instante y las circunstancias que nos habían hecho llegar hasta donde nos encontrábamos, metafóricamente hablando.
Así fue como me vi rodeado de tres personas que ahora son piezas irremplazables de mi presente y sustento de una parte fundamental de mi vida. Y no imagino nada diferente.
Pero a pesar de todo, no pude dejar de sorprenderme por lo maravilloso que era lo que estaba ocurriendo. Cuatro personas venidas de distintas partes, con vidas diferentes, pasados diferentes... Las circunstancias hicieron que coincidiéramos en el tiempo y en el espacio, una suerte de privilegio que en un principio se antojó casual pero que con el tiempo adquirió un valor incalculable.
Al menos, para mí.
Así fue como me vi compartiendo mesa, comida, momentos y recuerdos con tres amigos que un día me dejaron entrar en su vida y que aún hoy, a pesar del tiempo y las circunstancias, siguen ahí y lo seguirán estando.
A veces sólo necesitas que te muestren lo afortunado que eres para que te percates, precisamente, de en qué medida lo eres.
Como ya he dicho, hoy era un día maravilloso en Madrid. No me hizo falta probar bocado, a pesar del hambre, para darme cuenta de ello.
A veces las cosas suceden sin hacer ruido, como si tratasen de pasar desapercibidas.
Por la noche, cuando reina el silencio.
Cuando todo lo que eres se transforma en lo que sueñas.
Ese lugar donde no existe el tiempo y la realidad se distorsiona.
Ese lugar donde, a pesar de todo, te encuentras a ti mismo libre de prejuicios, de barreras, de miedos e inseguridades.
Donde la verdad se muestra tal y como es; donde te llena, te reconforta y te empuja a ser tú mismo.
Donde las cosas que importan lo hacen de forma irremediable.
Donde todo sucede rápido, intensamente, y se siente auténtico.
Antes de convertirse en aire. Sigilosamente. Sin que puedas evitarlo.
De golpe.
Como una nube, como el humo; desvaneciéndose lentamente hasta quedar en nada.
Una nada vacía pero colmada de significado.
Porque en algún momento existió de forma diferente.
Y entonces te das cuenta de todas las cosas que ocurren porque haces que ocurran, o porque al menos ejerces una influencia tal para que acaben por ocurrir.
Pero también de las que no.
Te interrogas entonces, tratando de comprender por qué no suceden.
Y para algunas preguntas no encuentras respuesta; para otras sí.
Te sorprende lo bonito que es el mundo, el milagro que es poder disfrutar cada día de este regalo maravilloso que es la vida.
Lo que eres, lo que quieres, lo que haces y lo que vives.
Lo que compartes.
Con quién lo compartes.
Y entonces, en mitad de la oscuridad, se produce un choque violento cuando la realidad emerge bruscamente para traerte de vuelta de un mundo irreal, etéreo, que sólo existe en tu cabeza.
Un mundo en el que todas las piezas parecen encajar.
Un instante en el que un pedazo inmenso de ti era libre.
Un fugaz lapso de tiempo en el que todo tu ser se encontraba en armonía con algo más grande, más hermoso y más sincero que cualquier otra cosa que pudieses imaginar.
Un momento en el que eras feliz. Pura y completamente feliz.
Antes de que todo acabase.
Despertar.
En silencio, en mitad de una vasta negrura.
El calor bajo las sábanas es incapaz de contrarrestar el frío que nace en lo más profundo de tu pecho, conforme tu mente intenta comprender lo que acaba de suceder.
Ese vacío que sientes no es más que el resultado de la desaparición de una parte de ti mismo.
Y te sientes pequeño, triste y solo.
Conforme se abalanzan sobre ti las dudas y de nuevo se erigen imponentes los muros de la consciencia piensas en todas las cosas bonitas que, por un motivo u otro, nunca llegan a existir más allá del universo de los pensamientos.
Sientes lástima, una pena profunda y honesta.
Una parte de ti se resquebraja.
Otra intenta buscar a tientas en la oscuridad un signo de la salida del sol; un rayo que consiga desterrar la negrura, que ilumine con fuerza los últimos vestigios de eso que hasta hace un instante antes era tu única realidad, lo único verdaderamente importante, esencial.
Que desaparece con cada segundo que pasa para, al final, parecer que nunca hubo existido.
A veces estás rodeado y te sientes solo, otras estás solo y te sientes acompañado; piensas cuando no quieres pensar, piensas lo que no quieres pensar, dudas cuando no quieres dudar. Te gustaría encontrar un segundo de calma, sosiego, paz.
A veces es complicado poder hallar un rincón donde puedas permitirte el lujo de dejarte llevar, de estar sin más ni más...
"A veces, por muy alta que pongas la música sólo puedes oírte a ti mismo."
Y otras veces, durante un lapso de tiempo brevísimo y glorioso, todo cobra sentido. Unas luces se apagan, otras se encienden. Suena una guitarra y una voz. El sonido te envuelve, llena tus oídos, tu cabeza e inunda tu interior.
El poder de la música, de una canción.
Un acorde.
Tres minutos y medios de emoción.
Pulso acelerado, pensamiento a la deriva.
Entonces todo encaja, o casi todo. Pero lo que no lo hace no te inflige tanto daño. Lo malo se hace menos malo y lo bueno aún más bueno.
Se disipan las nubes. Sale el sol.
El hechizo dura poco, pero mientras persiste su efecto ese paréntesis abierto en el espacio y en el tiempo resulta absolutamente maravilloso.
De entre las múltiples acepciones de la palabra acento (hasta ocho están recogidas en el diccionario), la octava y última hace referencia a la acción que más humanos nos hace, la que nos diferencia y nos convierte en seres singulares, incluso entre nuestros iguales.
Si resulta hasta elegante (además de muchas otras cosas) que se respeten las reglas de acentuación en las palabras que usamos y escribimos, por aquello de preservar la belleza que se despliega mediante el uso del lenguaje, tanto o más lo es cuando cada cual intenta hacerlo en su propia vida. Y decir que es elegante es quedarse terriblemente corto. Es precioso, es fundamental y es, por encima de todo, imprescindible.
La forma en la que ponemos los acentos en nuestra propia vida viene dada de algún modo por cómo nos educan y nos convierten en seres frescos, tiernos, que se lanzan por primera vez al mundo. Sucede de manera similar a como aprendemos, por continuar con la analogía, a saber cómo acentuar las palabras, dónde colocar las tildes, dónde están los sonidos tónicos y átonos. En definitiva, nos enseñan para que, transcurrido el tiempo y cuando seamos conciencias lo suficientemente autoconscientes, podamos ser capaces de hacerlo por nosotros mismos.
Eso quiere decir que, por una parte, todo depende en gran medida de nuestras propias decisiones, de los pasos que vamos dando cada día en pos de un destino que queremos alcanzar porque creemos que es allí, quizá, donde encontraremos la felicidad, ser nosotros mismos; aunque esto está altamente condicionado, por suerte y por desgracia, por las circunstancias que nos envuelven a cada instante. Circunstancias que están más allá de nuestro control pero circunstancias que, al fin y al cabo, están ahí para hacerlas nuestras y sacar de ellas todo lo bueno y positivo que puedan brindarnos.
Por otra parte, todo depende también de lo que nos han inculcado y nos han enseñado a querer, cuidar, valorar... Aprendemos (o tal vez lo hacemos instintivamente, quién sabe) a configurar nuestro particular código vital donde cada pieza tiene un sentido y un significado para nosotros, uno que quizá nadie más puede entender. Puede que para los demás algunas piezas no encajen, pero para nosotros, en nuestro delicado orden de las cosas y el mundo, todo está bien. Y es extraordinario.
Así es como ponemos los acentos de nuestra vida. Los acentos en nuestra vida.
Y así es como cada cual se transforma en alguien único e irrepetible.
"This is a song about somebody else..."
Cuando esto sucede de forma autónoma, personal y libre se desencadena un proceso imparable de cambio, como una metamorfosis, que nos acompañará durante el resto de nuestros días en este mundo y nos convertirá en lo que fuimos ayer, lo que somos ahora y lo que seremos mañana. Nada ni nadie puede detenerlo, ni siquiera nosotros mismos; lo único que podemos hacer es variar ligeramente nuestro rumbo sobre la marcha, cambiar nuestro destino. El final será distinto, pero será un final. Y el camino seguirá ahí, a pesar de todo.
El camino se extenderá a nuestros pies en función de cómo y dónde decidamos dar nuestro siguiente paso; en función de cómo y dónde pongamos los acentos.
El camino es incertidumbre, y en la mayoría de ocasiones carecemos de indicaciones que nos orienten hacia dónde ir, qué dirección tomar. Llega un punto en el que desconocemos si algo es bueno, o recomendable, o correcto, o imprescindible. ¿Qué quiero, qué necesito? Son preguntas para las que muchas veces no tenemos -ni tendremos- respuesta.
"The devil’s right there, right there in the details
And you don’t wanna hurt yourself, hurt yourself..."
La única certeza que tenemos es que debemos perseguir aquello que nos hace ser nosotros mismos, que nos impulsa a no dejar de avanzar, a no renunciar a todo aquello por lo que vivimos, a todo aquello con lo que soñamos.
"And don’t punish yourself, punish yourself..."
Y decides que ese sea tu acento.
Tu relieve.
Tu intensidad.
Un rayo de luz en medio de la oscuridad.
Al final, un acento no es más que un detalle. Una parte pequeña de un todo inmenso, pero una parte que lo representa a la perfección.
Que marca una diferencia indescriptible.
Y nunca sabrás si estarás tomando la decisión adecuada; si aquello en lo que depositas tu fuerza, tu energía, tu esperanza, tu felicidad... merece la pena. Si será una pieza que encaje, no sólo en tu puzzle particular, sino en el de alguien más.
"The truth is like blood underneath your fingernails..."
Probablemente tropieces, te caigas, porque eres libre, estás solo y nadie puede ayudarte.
Aprender, ahora, es una tarea a la que te entregas completamente desprotegido.
Te equivocarás y te decepcionarás.
Temblarás, dudarás.
Te harás daño.
Como si no supieses andar; como si no supieses hablar.
Querrás saber la verdad por mucho que duela, porque necesitarás estar seguro de que lo estás haciendo bien; de que estás tomando la dirección correcta, de que el camino es el que realmente quieres seguir.
Querrás saber si ese detalle que da sentido a tu mundo es bueno y merece la pena.
Si estás colocando el acento en el lugar adecuado.
"It’s you right there, right there in the mirror..."