Hoy era un día de primavera maravilloso en Madrid.
Hacía un calor agradable, el cielo mostraba un color azul límpido, precioso, y las calles estaban rebosantes de vida. Era un día de estos en los que te apetece sonreír, estar alegre, reír y disfrutar de lo bonito que es el mundo.
Estaba comiendo en un restaurante que al parecer está bastante de moda, de estos minimalistas que usan vajilla de formas inusuales y sirven platos de nombres casi tan apetitosos y elaborados como la propia comida. Pero a pesar de que todo estaba delicioso, no era precisamente eso lo que llenaba mis pensamientos en aquel momento.
Me acompañaban, y tenía la suerte de acompañar, a tres personas más. Y mientras decidíamos qué íbamos a comer, qué escoger, qué probar, ¿arriesgar?, me dio por hacer algo que me resulta bastante fácil de conseguir. Observé la situación desde fuera, tomando distancia, como si fuese alguien externo a lo que se decía y sobre lo que se reía.
Y pensé en lo que estaba sucediendo, la naturaleza de la situación de la que éramos parte, las circunstancias que nos hacían estar allí en aquel instante y las circunstancias que nos habían hecho llegar hasta donde nos encontrábamos, metafóricamente hablando.
Así fue como me vi rodeado de tres personas que ahora son piezas irremplazables de mi presente y sustento de una parte fundamental de mi vida. Y no imagino nada diferente.
Pero a pesar de todo, no pude dejar de sorprenderme por lo maravilloso que era lo que estaba ocurriendo. Cuatro personas venidas de distintas partes, con vidas diferentes, pasados diferentes... Las circunstancias hicieron que coincidiéramos en el tiempo y en el espacio, una suerte de privilegio que en un principio se antojó casual pero que con el tiempo adquirió un valor incalculable.
Al menos, para mí.
Así fue como me vi compartiendo mesa, comida, momentos y recuerdos con tres amigos que un día me dejaron entrar en su vida y que aún hoy, a pesar del tiempo y las circunstancias, siguen ahí y lo seguirán estando.
A veces sólo necesitas que te muestren lo afortunado que eres para que te percates, precisamente, de en qué medida lo eres.
Como ya he dicho, hoy era un día maravilloso en Madrid. No me hizo falta probar bocado, a pesar del hambre, para darme cuenta de ello.
Y esa sensación fue incomparable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario