De entre las múltiples acepciones de la palabra acento (hasta ocho están recogidas en el diccionario), la octava y última hace referencia a la acción que más humanos nos hace, la que nos diferencia y nos convierte en seres singulares, incluso entre nuestros iguales.
Si resulta hasta elegante (además de muchas otras cosas) que se respeten las reglas de acentuación en las palabras que usamos y escribimos, por aquello de preservar la belleza que se despliega mediante el uso del lenguaje, tanto o más lo es cuando cada cual intenta hacerlo en su propia vida. Y decir que es elegante es quedarse terriblemente corto. Es precioso, es fundamental y es, por encima de todo, imprescindible.
La forma en la que ponemos los acentos en nuestra propia vida viene dada de algún modo por cómo nos educan y nos convierten en seres frescos, tiernos, que se lanzan por primera vez al mundo. Sucede de manera similar a como aprendemos, por continuar con la analogía, a saber cómo acentuar las palabras, dónde colocar las tildes, dónde están los sonidos tónicos y átonos. En definitiva, nos enseñan para que, transcurrido el tiempo y cuando seamos conciencias lo suficientemente autoconscientes, podamos ser capaces de hacerlo por nosotros mismos.
Eso quiere decir que, por una parte, todo depende en gran medida de nuestras propias decisiones, de los pasos que vamos dando cada día en pos de un destino que queremos alcanzar porque creemos que es allí, quizá, donde encontraremos la felicidad, ser nosotros mismos; aunque esto está altamente condicionado, por suerte y por desgracia, por las circunstancias que nos envuelven a cada instante. Circunstancias que están más allá de nuestro control pero circunstancias que, al fin y al cabo, están ahí para hacerlas nuestras y sacar de ellas todo lo bueno y positivo que puedan brindarnos.
Por otra parte, todo depende también de lo que nos han inculcado y nos han enseñado a querer, cuidar, valorar... Aprendemos (o tal vez lo hacemos instintivamente, quién sabe) a configurar nuestro particular código vital donde cada pieza tiene un sentido y un significado para nosotros, uno que quizá nadie más puede entender. Puede que para los demás algunas piezas no encajen, pero para nosotros, en nuestro delicado orden de las cosas y el mundo, todo está bien. Y es extraordinario.
Así es como ponemos los acentos de nuestra vida. Los acentos en nuestra vida.
Y así es como cada cual se transforma en alguien único e irrepetible.
"This is a song about somebody else..."
Cuando esto sucede de forma autónoma, personal y libre se desencadena un proceso imparable de cambio, como una metamorfosis, que nos acompañará durante el resto de nuestros días en este mundo y nos convertirá en lo que fuimos ayer, lo que somos ahora y lo que seremos mañana. Nada ni nadie puede detenerlo, ni siquiera nosotros mismos; lo único que podemos hacer es variar ligeramente nuestro rumbo sobre la marcha, cambiar nuestro destino. El final será distinto, pero será un final. Y el camino seguirá ahí, a pesar de todo.
El camino se extenderá a nuestros pies en función de cómo y dónde decidamos dar nuestro siguiente paso; en función de cómo y dónde pongamos los acentos.
El camino es incertidumbre, y en la mayoría de ocasiones carecemos de indicaciones que nos orienten hacia dónde ir, qué dirección tomar. Llega un punto en el que desconocemos si algo es bueno, o recomendable, o correcto, o imprescindible. ¿Qué quiero, qué necesito? Son preguntas para las que muchas veces no tenemos -ni tendremos- respuesta.
"The devil’s right there, right there in the details
And you don’t wanna hurt yourself, hurt yourself..."
La única certeza que tenemos es que debemos perseguir aquello que nos hace ser nosotros mismos, que nos impulsa a no dejar de avanzar, a no renunciar a todo aquello por lo que vivimos, a todo aquello con lo que soñamos.
"And don’t punish yourself, punish yourself..."
Y decides que ese sea tu acento.
Tu relieve.
Tu intensidad.
Un rayo de luz en medio de la oscuridad.
Al final, un acento no es más que un detalle. Una parte pequeña de un todo inmenso, pero una parte que lo representa a la perfección.
Que marca una diferencia indescriptible.
Al final, un acento no es más que un detalle. Una parte pequeña de un todo inmenso, pero una parte que lo representa a la perfección.
Que marca una diferencia indescriptible.
Y nunca sabrás si estarás tomando la decisión adecuada; si aquello en lo que depositas tu fuerza, tu energía, tu esperanza, tu felicidad... merece la pena. Si será una pieza que encaje, no sólo en tu puzzle particular, sino en el de alguien más.
"The truth is like blood underneath your fingernails..."
Probablemente tropieces, te caigas, porque eres libre, estás solo y nadie puede ayudarte.
Aprender, ahora, es una tarea a la que te entregas completamente desprotegido.
Te equivocarás y te decepcionarás.
Temblarás, dudarás.
Te harás daño.
Te harás daño.
Como si no supieses andar; como si no supieses hablar.
Querrás saber la verdad por mucho que duela, porque necesitarás estar seguro de que lo estás haciendo bien; de que estás tomando la dirección correcta, de que el camino es el que realmente quieres seguir.
Querrás saber si ese detalle que da sentido a tu mundo es bueno y merece la pena.
Si estás colocando el acento en el lugar adecuado.
"It’s you right there, right there in the mirror..."
Quién sabe.
Por ahora, espero que sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario