Pero al llegar el lunes apareció el tiburón. ¿Cómo te llamas?, le dijo el tiburón. Nina, respondió. ¿Quieres ser mi amiga?, le preguntó él entonces. Vale. ¿Qué tengo qué hacer?, le dijo Nina. No mucho, le dijo el tiburón. Sólo déjame comer uno de tus brazos.
Nina jamás había tenido un amigo antes, así que se preguntó si eso era lo que tenía que hacer para tener uno. Miró hacia abajo, hacia sus ocho brazos y decidió que no sería tan malo deshacerse de uno. Así que donó su brazo a su maravilloso nuevo amigo.
Cada día de la semana, Nina y el tiburón jugaban juntos. Exploraban cuevas, construían castillos de arena y nadaban muy, muy rápido. Y cada noche el tiburón se sentía tan hambriento que Nina le daba otro de sus brazos para comer.
El domingo, después de jugar durante todo el día, el tiburón le dijo a Nina que estaba muy hambriento. No entiendo, le dijo ella. Ya te he dado seis de mis brazos, ¿y ahora quieres otro más?
El tiburón la miró con una sonrisa amistosa. No quiero sólo uno. Esta vez los quiero todos, le dijo. Pero, ¿por qué?, le preguntó Nina. Porque para eso están los amigos, le respondió el tiburón.
Cuando el tiburón terminó su comida, se sintió muy triste y solo. Echaba de menos tener a alguien con quien explorar las cuevas, construir castillos de arena y nadar muy, muy rápido. Echaba mucho de menos a Nina, así que se alejó nadando en busca de un nuevo amigo."
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