Un día se sintió vacía. Y desde el núcleo donde nacían sus emociones surgió una sombra que nubló el cielo, su cielo. Su vida dejó de ser azul.
En los días buenos era fácil que olvidase esa permanente sensación de insatisfacción, pues los motivos para valorar lo que de positivo había en lo que podía disfrutar eran abrumadores.
En los días menos buenos era imposible ignorarla. Con el tiempo emergió en la superficie y fue dominando todo lo demás y ella no entendió qué sucedía. El vacío nació como consecuencia de la ausencia de aquello que más quería y por eso un día alcanzó la comprensión de la dimensión de su sueño. Aspiraba al cielo, pero su cielo no era nunca más azul.
No encontró consuelo. No pudo llenar el vacío. Se quedó confinada en el centro de un lugar que le pertenecía pero que paradójicamente no podía llenar por completo. Era dueña de una estancia que era incapaz de decorar.
No hubo plenitud. No podía haberla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario