Somos una esponja que absorbe el agua y se nutre de ella, y crece y se hace más fuerte y más sabia. Captamos todo lo bueno, todo lo mediocre, todo lo malo, aunque captarlo no signifique que lo aprovechemos y saquemos lo mejor de nosotros a partir de ello. Simplemente lo hacemos porque para eso estamos en el mundo, para hacer algo con nosotros mismos sin pasar desapercibidos, pero sin siquiera prestar atención al hecho de que es eso lo que precisamente obtenemos por culpa de nuestra estupidez. ¿Por qué ser un personaje etéreo en la historia del mundo, irrelevante, inservible?
Toda persona que pasa por nuestra vida, siendo más que un vecino, compañero de trabajo o mero conocido, la moldea y la dota de algún tipo de sentido. A veces es indescifrable lo que nos aporta alguien en un momento concreto, a pesar de que seamos conscientes de que al menos no nos es indiferente. Algo podemos adivinar que se esconde ahí, en lo más profundo del pozo de la memoria, de la mente o del corazón.
Quiero pensar que de todas las personas buenas con las que nos cruzamos en el camino, algunas nos hacen un regalo al compartir una pequeña o gran parte de su tiempo con nosotros. Me apetece pensar que se establece durante ese instante una conexión que enlaza dos vidas y dos mentes para crear una entidad que brilla como la luz del sol y por ello no absorbe nada, sino que irradia toda la energía positiva y limpia del mundo en forma de emociones y sentimientos; que late como un corazón henchido de alegría, que se estira como un oso saliendo de su cobijo invernal, que grita por la felicidad que le invade como si fuese un águila planeando bajo el cielo azul...
Me gustaría creer que tenemos una vida de limitados días infinitos donde el camino es una senda sinuosa que se extiende a nuestros pies muy lejos a través del mar.
Ojalá pudiéramos recordar lo bueno que cada persona importante en nuestra vida nos aporta; ojalá pudiéramos recordar cómo nos enriquece y en qué medida la enriquecemos a ella. Ojalá fuese posible tener siempre presente ese detalle que marca la diferencia y convierte lo cotidiano en extraordinario, lo difícil en fácil y lo mundano y común en algo hermoso e irrepetible.
Desearía que no olvidásemos jamás cada experiencia feliz, pues es una obra maestra que esculpe nuestra vida con mimo y dedicación, cuya factura exquisita sólo puede atribuirse a alguien excepcional.
De algo estoy seguro ahora.
Querría no olvidar jamás todo lo bonito que hiciste en mi vida para saber así que fue más que algo pasajero; que fue algo real, que fue algo inolvidable.
Que fue algo más que una tarde caduca en el tiempo.
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