miércoles, 11 de marzo de 2015

El río era un espejo

Nunca le gustaron los espejos, porque siempre pensó que la imagen que la luz proyectaba de él no era, ni con mucho, lo que deseaba proyectar, lo que él creía que era capaz de proyectar.

Nunca le gustaron los espejos porque pensaba que al mirarse a sí mismo se vería forzado a ver cosas que no quería ver, o cosas que quizá tratase de ocultar y que fuesen demasiado evidentes como para mantenerse así.

Nunca le gustó verse reflejado en un espejo porque no tenía la fuerza para creerse lo que veía ni la valentía para atreverse a mirar más allá.

Por esos motivos nunca se sintió a gusto cuando estaba al alcance de la vista de espejos curiosos que, como él imaginaba, eran capaces de revelar su inseguridad y su indefensión.

Ocurrió que un día salió a pasear por el bosque; un bosque a través del cual discurría un riachuelo travieso de aguas límpidas y brillantes que saltaban por encima de la tierra y de las piedras, y se animó a acercarse junto a su cauce.

Cuál sería su sorpresa, imagínate, cuando descubrió que las aguas al fluir le devolvían una imagen que no esperaba encontrar. Tanto se asombró que la cabeza comenzó a darle vueltas, pero al mismo tiempo un impulso interior le llenó de dicha y le hizo encontrar un valor que nunca antes creyó que poseería.

Así fue como se atrevió a mirar al riachuelo y a través de él. Lo que encontró bajo sus aguas fue un mundo que no conocía. Allí descubrió a los peces nerviosos que luchaban por no dejarse vencer por la corriente, a los pequeños musgos y algas que se mecían lentamente con el fluir del agua y a los guijarros más pequeños que se dejaban arrastrar sin esfuerzo levantando tras de sí pequeños remolinos de arena.
Tan maravillosa le pareció aquella visión que antes de que se diese cuenta estaba completamente sumergido en el río, calado hasta los huesos, tumbado en el seno de aquella corriente y abandonado en las manos de aquellas aguas transparentes que le habían devuelto un reflejo tan maravilloso que lo habían cautivado por completo.

Permaneció en aquel lugar durante lo que a él se le antojó casi un sueño; en ese lugar donde se descubrió a sí mismo y donde el riachuelo fue el espejo que le mostró que merecía la pena creer que la realidad podía ser, al menos, diferente.



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