lunes, 9 de marzo de 2015

Explotar

Un fundido en negro. Como una supernova antes de estallar, acumulas todas tus fuerzas, miedos, sueños, emociones, en ese punto ínfimo de tu pecho donde todo nace y donde todo tiene cabida. Donde todo va a morir.

Entonces, cuando el momento es el apropiado, explotas. Y el efecto es devastador.

Una a una, las barreras que en algún instante erigiste para protegerte de algo que, real o imaginado, amenazó con hacerte daño van cayendo. Así es como antes de que te des cuenta, el huracán se desata y arrasa con todo lo que encuentra en tu interior.

En ese momento, tú, que eres un suicida, un adorador de la melancolía, la nostalgia y la tristeza, tomas la decisión de aferrarte a lo único que no será capaz de mantenerte sobre tierra firme. Dejas a la música fluir a través de tus oídos para que te guíe en ese mar embravecido mientras tú, carente de capacidad de reacción, te abandonas a la sensación de bucear y ahogarte en tu pequeño océano de desesperación.

Cada nota es como un cuchillo que se hunde en tu interior; cada frase de esa canción infinita en su significado te desgarra lenta pero inexorablemente y se clava en ti para que no puedas dejar de llorar.

Hay algo de lo que, sin embargo, quizá no te hayas percatado. Es el momento el detonante y la música el catalizador de un viaje sanador que, por insólito que parezca, limpia todo lo que en ese momento estaba dentro de ti triste, muerto, encerrado, apagado. Cada nota es como un cuchillo que corta las cadenas que te mantienen oprimido; cada frase de esa canción infinita en su significado es un látigo que te azota por dentro y te hace daño para conseguir desterrar todo lo feo y malo que hay en ti. Y así es como en mitad de la vorágine del agitado latir de tu sufridor corazón comienzas a brillar con una luz que siempre tuviste dentro y que en pocas ocasiones se atrevió a lucir.

Aunque no puedes detener las lágrimas, es su sabor salado y su sinuoso discurrir desde el manantial de tus ojos a través del valle de tus mejillas hacia el mar de tus labios el que te hace sentir vivo. Valiente.
No lo crees al principio, mas poco a poco vas adquiriendo plena comprensión del increíble y maravilloso fenómeno que las hace emanar, fluir y morir: eres, ni más ni menos, feliz.

La música te transporta en ese viaje a través de ti mismo y durante el camino te das cuenta de que eres feliz porque tienes la suerte de poder contar con personas que han deseado que te sientas así. Cada detalle cobra un valor especial y cada gesto un significado que nunca antes había tenido.

Y, aún así, no puedes dejar de llorar. ¿Por qué?

Es sencillo: porque es demasiado maravillosa, demasiado compleja, demasiado imponente, demasiado... real la sensación que te inunda. Es tan potente que asusta porque hasta entonces jamás la habías sentido igual. No puedes dejar de llorar porque te ves incapaz de dar las gracias por sentirte tan dichoso, tan completo, tan humano. Necesitarías mil días para poder explicar el cúmulo de sentimientos y emociones abrumadores que te dominan, y a pesar de todo no podrías llegar a expresarlo.

En ese estado te sumes, en el que sólo escuchas a tu pecho crecer y empequeñecerse, a tus pulmones debatirse por captar una pequeña porción de aire en mitad de su atormentada lucha interior, a tu corazón brincar de una tristeza impregnada de la más sencilla y pura felicidad.

Llorar de emoción. Llorar de felicidad.

Es quizá un poco egoísta decir esto, pero qué bonito es poder sentirse especial de algún modo único simplemente porque alguien lo quiere así. Porque te aprecia.

Por eso y por mil razones más hoy me alegro de estar escribiendo la canción más bonita del mundo. No será perfecta; no será infinita; pero es real.

Mientras escribo esta canción y escucho otra, me siento vivo. Mucho más de lo que creía.

Feliz.

Y lloro de la emoción de poder sentirme así. Y poder, de alguna limitada e insuficiente manera, dar constancia y las gracias por ello.

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