Tomé la fotografía que acompaña a estas líneas instantes antes de que comenzase a temblar la tierra y se pusiese en jaque mi vida tal y como la conocía. Aquel atardecer fue el prólogo del instante más oscuro y aterrador de este año que hoy desaparece para siempre. Tras él se desencadenó la sucesión de los momentos más tristes y desesperanzadores de cuantos mi memoria me permite recordar, cuando el tiempo se puso en suspenso y el mundo pareció querer dejar de girar.
No hay metáfora ni analogía que pueda explicar lo que los últimos trescientos sesenta y cinco días me han brindado la oportunidad de vivir. Después de despedirme de la parte más importante de mí mismo, descender hasta las profundidades de la nostalgia, la melancolía y la soledad y enfrentarme a la versión más aterradora de mi realidad, parece justo sentarse delante del espejo antes de comenzar una nueva vuelta alrededor del Sol y hacer el balance preciso para perdonar reproches, reconciliar frustraciones y pasar página - o cambiar de libro - en buenos términos con el tiempo, la vida y uno mismo. Y lo que sea que haya ahí arriba moviendo caprichosamente los hilos del azar y el destino.
Estoy aquí escribiendo esto porque me ha resultado imposible no aprender algo durante este viaje de aislamiento e introspección. Resultaría frívolo decir que lo he perdido (casi) todo y sería sin duda el lamento casi autoindulgente de alguien que no puede quejarse de nada de lo que tiene y le rodea. El privilegio de quien vive acomodado y cuyos problemas son apenas distracciones que la vida pone en su camino para evitar decir que se aburre de que todo vaya bien y sea fácil.
Pero la realidad es que de las cosas más importantes, perdí la que probablemente era una de las más importantes de todas. Y eso, indefectiblemente, condiciona la percepción de la escala para todo lo demás.
Apenas unas horas después de que mi mundo comenzase a arder, mi hermana compartió conmigo un texto que se ha quedado tatuado para siempre en la piel de mi memoria. Una de sus frases más bonitas y sinceras dice así:
«El dolor es el precio de las cosas más hermosas».
Ésa es quizá una de las enseñanzas más valiosas que me llevo conmigo.
Me he revolcado en el dolor; he querido llevarme al límite, hundirme en el pozo, tocar fondo, desprenderme de todas las certezas y enfrentarme a todas las respuestas para poder alzar la cabeza hacia arriba sabiendo en todo momento que quería salir de ahí, que mi lugar estaba allí, de vuelta, tras el rastro de la luz. He dejado que el daño y el dolor me abracen, ahoguen y reduzcan mi voluntad a un suspiro aferrándose a su infinito amor por la vida. Lo hice porque quería ponerme a prueba: cuanto más abajo me atreviese a ir más me demostraría a mí mismo cuán alto era el valor de aquello por lo que luchaba y el tamaño de la pérdida que me estaba obligando a gestionar.
Probablemente en el momento más bajo de mi vida he conseguido sentirme más orgulloso de mí de lo que jamás estaría dispuesto a admitir. Y aunque las dudas siguen revoloteando por mi cabeza y hay ciertas inseguridades que, probablemente, cueste tiempo desterrar, hay heridas que al abrirse me han enseñado que debía confiar en mí y en mi capacidad para hacerlas sanar. Y puedo decir hoy, aquí, y ahora, que así ha sido. No me equivocaba.
No me he encontrado a mí mismo porque nunca estuve perdido del todo, pero sí que he hallado una seguridad y un sentimiento de aprecio, confianza y amor por lo que soy y siento que sé que harán de mí algo, y alguien, mejor de aquí en adelante. Para mí y para quienes decidan compartir su tiempo a mi lado y me dejen también poblar el suyo.
«¿Por qué nos caemos, Bruce?»
Durante este año, mientras recorría los pasillos más oscuros y angustiosos de mi vida, no he podido evitar sentir que me han faltado muchas cosas; me he sentido horriblemente vacío y solo, me han decepcionado silencios y ausencias de una forma que no he querido aceptar del todo y que jamás me atreveré a tener en cuenta. La realidad es compleja y los sistemas dinámicos necesitan de variables, interacciones y relaciones que en ocasiones son caprichosas, impredecibles, y condicionan la evolución de todo cuanto ocurre. Tal es así que no puedo disociar mis propias faltas y carencias y errores de lo que acontece, pues sé que me he puesto en disposición de no poder, quizá, reclamar algo que no ofrezco.
A pesar de todo… y la razón por la que he querido escribir todo esto, es porque si hay algo que me ha hecho poder estar hoy donde estoy son todas las personas que he sentido cerca, aunque fuese sólo por un fugaz instante, a pesar del tiempo, el espacio y las circunstancias, y que me han ayudado a no perderme por completo en el camino.
Cuando me caí, me ayudaron a levantarme. Cuando sólo podía llorar me ofrecieron un hombro sobre el que hacerlo tranquilo. Cuando necesitaba olvidar me acompañaron para que doliese menos. Cuando no quise pensar me dieron la oportunidad de ir lejos, o cerca, pero hacer algo que significase alejarme de mi mundanal ruido. Cuando hube de liberar carga me escucharon. Cuando pedí consejo me lo brindaron. Cuando estaba roto me aguantaron para que no me rompiese aún más.
Una mirada, un abrazo, una caricia, un beso, un mensaje, una llamada, un emoticono, una invitación, una tarta, una cerveza, una cena, un viaje, una canción, una palabra, una broma, un consejo, un silencio, un gesto, un guiño, una sonrisa… a veces en los detalles más livianos, efímeros e insignificantes puedes hallar el más acogedor de los refugios. Y en los instantes más oscuros verte sorprendido por el chispazo de la luz más cálida.
Las cosas buenas se dicen poco, se reconocen menos y se valoran con dolorosa frecuencia de manera inversamente proporcional a cuanto se dan por sentadas.
Es quizá una de las frases más manidas de la historia de la humanidad, pero ¿desde cuándo las obviedades no revelan tremendas y absolutas verdades? Por eso son lo que son. Y la verdad es ésa: porque nos obsesionamos en disfrutar y nos emborrachamos en la comodidad de la felicidad y la abundancia, ¿cuántas veces dejamos de ser conscientes de lo que tenemos hasta el momento preciso en que lo perdemos o nos lo arrebatan?
No quiero permitir a este año cruel despedirse sin dedicarme un momento de pausa y reflexión precisamente para apreciar, valorar, reconocer y agradecer a quienes me habéis ayudado a mantener a flote este barco, cada cual a su manera, y que habéis conseguido que hoy pueda dejarlo zarpar tranquilo, seguro y en paz. Por vuestro tiempo y compañía. Por el apoyo, la confianza, el cariño, la solidaridad. Por la paciencia, la comprensión. Por el ánimo y la fuerza. Por la protección. Por el cuidado; por ayudarme a sanar.
De las ruinas de mi realidad comencé hace tiempo a levantar un templo en honor a ese yo que se perdió en un sueño y que jamás existirá en este mundo: a todos los que habéis estado, estáis y estaréis, sabed que la piedra angular de sus cimientos quedará para siempre grabada con las letras de mi más profundo y sincero agradecimiento.
Bon vent i barca nova, 2023.