domingo, 31 de diciembre de 2023

Apología del (d)año



Tomé la fotografía que acompaña a estas líneas instantes antes de que comenzase a temblar la tierra y se pusiese en jaque mi vida tal y como la conocía. Aquel atardecer fue el prólogo del instante más oscuro y aterrador de este año que hoy desaparece para siempre. Tras él se desencadenó la sucesión de los momentos más tristes y desesperanzadores de cuantos mi memoria me permite recordar, cuando el tiempo se puso en suspenso y el mundo pareció querer dejar de girar.


No hay metáfora ni analogía que pueda explicar lo que los últimos trescientos sesenta y cinco días me han brindado la oportunidad de vivir. Después de despedirme de la parte más importante de mí mismo, descender hasta las profundidades de la nostalgia, la melancolía y la soledad y enfrentarme a la versión más aterradora de mi realidad, parece justo sentarse delante del espejo antes de comenzar una nueva vuelta alrededor del Sol y hacer el balance preciso para perdonar reproches, reconciliar frustraciones y pasar página - o cambiar de libro - en buenos términos con el tiempo, la vida y uno mismo. Y lo que sea que haya ahí arriba moviendo caprichosamente los hilos del azar y el destino.


Estoy aquí escribiendo esto porque me ha resultado imposible no aprender algo durante este viaje de aislamiento e introspección. Resultaría frívolo decir que lo he perdido (casi) todo y sería sin duda el lamento casi autoindulgente de alguien que no puede quejarse de nada de lo que tiene y le rodea. El privilegio de quien vive acomodado y cuyos problemas son apenas distracciones que la vida pone en su camino para evitar decir que se aburre de que todo vaya bien y sea fácil.


Pero la realidad es que de las cosas más importantes, perdí la que probablemente era una de las más importantes de todas. Y eso, indefectiblemente, condiciona la percepción de la escala para todo lo demás. 


Apenas unas horas después de que mi mundo comenzase a arder, mi hermana compartió conmigo un texto que se ha quedado tatuado para siempre en la piel de mi memoria. Una de sus frases más bonitas y sinceras dice así:


«El dolor es el precio de las cosas más hermosas».


Ésa es quizá una de las enseñanzas más valiosas que me llevo conmigo. 


Me he revolcado en el dolor; he querido llevarme al límite, hundirme en el pozo, tocar fondo, desprenderme de todas las certezas y enfrentarme a todas las respuestas para poder alzar la cabeza hacia arriba sabiendo en todo momento que quería salir de ahí, que mi lugar estaba allí, de vuelta, tras el rastro de la luz. He dejado que el daño y el dolor me abracen, ahoguen y reduzcan mi voluntad a un suspiro aferrándose a su infinito amor por la vida. Lo hice porque quería ponerme a prueba: cuanto más abajo me atreviese a ir más me demostraría a mí mismo cuán alto era el valor de aquello por lo que luchaba y el tamaño de la pérdida que me estaba obligando a gestionar.


Probablemente en el momento más bajo de mi vida he conseguido sentirme más orgulloso de mí de lo que jamás estaría dispuesto a admitir. Y aunque las dudas siguen revoloteando por mi cabeza y hay ciertas inseguridades que, probablemente, cueste tiempo desterrar, hay heridas que al abrirse me han enseñado que debía confiar en mí y en mi capacidad para hacerlas sanar. Y puedo decir hoy, aquí, y ahora, que así ha sido. No me equivocaba.


No me he encontrado a mí mismo porque nunca estuve perdido del todo, pero sí que he hallado una seguridad y un sentimiento de aprecio, confianza y amor por lo que soy y siento que sé que harán de mí algo, y alguien, mejor de aquí en adelante. Para mí y para quienes decidan compartir su tiempo a mi lado y me dejen también poblar el suyo.


«¿Por qué nos caemos, Bruce?»


Durante este año, mientras recorría los pasillos más oscuros y angustiosos de mi vida, no he podido evitar sentir que me han faltado muchas cosas; me he sentido horriblemente vacío y solo, me han decepcionado silencios y ausencias de una forma que no he querido aceptar del todo y que jamás me atreveré a tener en cuenta. La realidad es compleja y los sistemas dinámicos necesitan de variables, interacciones y relaciones que en ocasiones son caprichosas, impredecibles, y condicionan la evolución de todo cuanto ocurre. Tal es así que no puedo disociar mis propias faltas y carencias y errores de lo que acontece, pues sé que me he puesto en disposición de no poder, quizá, reclamar algo que no ofrezco.


A pesar de todo… y la razón por la que he querido escribir todo esto, es porque si hay algo que me ha hecho poder estar hoy donde estoy son todas las personas que he sentido cerca, aunque fuese sólo por un fugaz instante, a pesar del tiempo, el espacio y las circunstancias, y que me han ayudado a no perderme por completo en el camino.


Cuando me caí, me ayudaron a levantarme. Cuando sólo podía llorar me ofrecieron un hombro sobre el que hacerlo tranquilo. Cuando necesitaba olvidar me acompañaron para que doliese menos. Cuando no quise pensar me dieron la oportunidad de ir lejos, o cerca, pero hacer algo que significase alejarme de mi mundanal ruido. Cuando hube de liberar carga me escucharon. Cuando pedí consejo me lo brindaron. Cuando estaba roto me aguantaron para que no me rompiese aún más.


Una mirada, un abrazo, una caricia, un beso, un mensaje, una llamada, un emoticono, una invitación, una tarta, una cerveza, una cena, un viaje, una canción, una palabra, una broma, un consejo, un silencio, un gesto, un guiño, una sonrisa… a veces en los detalles más livianos, efímeros e insignificantes puedes hallar el más acogedor de los refugios. Y en los instantes más oscuros verte sorprendido por el chispazo de la luz más cálida.


Las cosas buenas se dicen poco, se reconocen menos y se valoran con dolorosa frecuencia de manera inversamente proporcional a cuanto se dan por sentadas.


Es quizá una de las frases más manidas de la historia de la humanidad, pero ¿desde cuándo las obviedades no revelan tremendas y absolutas verdades? Por eso son lo que son. Y la verdad es ésa: porque nos obsesionamos en disfrutar y nos emborrachamos en la comodidad de la felicidad y la abundancia, ¿cuántas veces dejamos de ser conscientes de lo que tenemos hasta el momento preciso en que lo perdemos o nos lo arrebatan?


No quiero permitir a este año cruel despedirse sin dedicarme un momento de pausa y reflexión precisamente para apreciar, valorar, reconocer y agradecer a quienes me habéis ayudado a mantener a flote este barco, cada cual a su manera, y que habéis conseguido que hoy pueda dejarlo zarpar tranquilo, seguro y en paz. Por vuestro tiempo y compañía. Por el apoyo, la confianza, el cariño, la solidaridad. Por la paciencia, la comprensión. Por el ánimo y la fuerza. Por la protección. Por el cuidado; por ayudarme a sanar.


De las ruinas de mi realidad comencé hace tiempo a levantar un templo en honor a ese yo que se perdió en un sueño y que jamás existirá en este mundo: a todos los que habéis estado, estáis y estaréis, sabed que la piedra angular de sus cimientos quedará para siempre grabada con las letras de mi más profundo y sincero agradecimiento.


Bon vent i barca nova, 2023.



miércoles, 27 de diciembre de 2023

Ubi sunt?


¿A dónde se van los sueños que mueren?

¿Qué sucede con las mil imágenes proyectadas en ese futuro que creíste poder hacer tuyo y que jamás se hará realidad?

¿Qué le ocurre a la persona que eras entonces, y en la que te prometiste convertirte?

¿Cuál es el remanente de las promesas vacías y las palabras volátiles que desaparecen en el tiempo, sin pena ni gloria, como si jamás hubiesen sido pronunciadas?

¿Qué valor tienen los pedazos a los que quedaron reducidos tus anhelos?

El daño, la tristeza, el miedo, el dolor y la duda son ingredientes de la receta del desastre, del azote de un vendaval que arrastra consigo lo que queda de unos pensamientos que fueron luz y esperanza en un imaginario íntimo y privado, propiedad exclusiva y patrimonio del más valioso de los sentimientos.

Sin embargo, todas esas cosas que un día formaron parte de ti y fueron la razón de ser de tus días y noches no desaparecen sin más; no se desvanecen sin dejar rastro como si nunca hubieran existido; al contrario, son las raíces que sustentan el terreno sobre el que pisas y son la prueba indeleble de lo que eres, lo que vales y lo que mereces.

¿Dónde está? ¿Dónde están? ¿A dónde fueron? ¿A dónde voy?

Decenas de preguntas se agolpan en mi cabeza.

Sacudidos los cimientos de la tierra, hasta la más pequeña de las plantas se pregunta por el sentido de todas las cosas: ¿para qué brotar hacia el cielo aquí, en mitad de la nada?

¿Entonces, qué?

Sólo te queda aferrarte a las certezas, a la fuerza de los elementos que permanecen bajo tu influencia y control. Los cimientos de tu vida se asientan sobre una capa que aunque parezca frágil es en realidad la roca madre que te mantiene anclado a la realidad cuando a tu alrededor el torrente arrasa con todo lo que encuentra a su paso.

Desprovisto el suelo del bosque del firme abrazo de los árboles, debe confiar en los hierbajos y los rastrojos para mantenerse fuerte, sólido y no dejarse ir río abajo hacia el mar. Cederá parte de su territorio; perderá una parte de sí y sacrificará lo que jamás quiso sacrificar, pero cuando todo amaine aún le quedará vida que pugne por luchar.

Sobre la tierra siempre habrá raíces. Y de una semilla brotará el verde una vez más.

La vida nunca se apagará.

El bosque jamás volverá a ser el mismo, pero a pesar de todo será, y transmitirá consigo la esencia de lo que siempre fue y nunca dejó de ser; de lo que quiso, lo que deseó, lo que hizo y lo que consiguió. De lo que es. De lo que siente. De lo que ama.

Los sueños que mueren dejan su huella antes de irse, y lo que hicieron de ti mientras los perseguías es lo que te ha llevado a estar aquí, después de todo, desprovisto de ellos y de todo lo demás.

Ellos no, pero tú sobreviviste.

Queda en ti su recuerdo y todo lo que te enseñaron durante el camino.

Ahora, ante la incertidumbre natural de quien se enfrenta por vez primera a un sendero nuevo, casi infinito, mis pies aprenden otra vez a avanzar uno detrás del otro, recorriendo este sendero que se extiende colina abajo y se adentra, prometedor y serpenteante, entre las sombras de un bosque que aguarda, impaciente, su oportunidad para volver a crecer.

lunes, 20 de noviembre de 2023

Una estrella en el cielo


La vida me puso en tu camino en un momento en que me encontraba vagando sin rumbo en busca de mí mismo.

Me enseñaste a volar, más alto de lo que jamás imaginé ser capaz de hacerlo.

Me hiciste creer en algo grande, puro y hermoso.

Dotaste a mi vida de sentido y a mi caminar de dirección.

Aprendí a cuidar de un jardín que poco a poco acabé sintiendo propio; velé por él aun cuando tú te olvidaste o te sentiste incapaz de hacerlo.

Conseguí que de la tierra yerma brotasen flores que se irguieron lozanas y llenas de colores hacia el azul del cielo.

Nos prometimos la vida y el futuro entero.

Durante un tiempo fuimos una estrella en el tejido del firmamento; fulgurante, radiante.

Una estrella en el manto eterno del cielo de nuestros sueños.

Hasta que me soltaste; decidiste dejarme caer; abandonarme y arrojarme al vacío directo hacia los brazos de la oscuridad.

Me resistí pero no pude; traté de comprenderlo y tampoco pude; y mientras caía osé alzar la mirada de vuelta a aquel que había sido mi cielo para comprobar que nuestra estrella había desaparecido.

Había dejado de brillar… para hacerlo en otro lugar lejano que me había sido vetado, que jamás podría alcanzar.

Y así fue como, una a una, el resto de las estrellas se fueron apagando lentamente sumiendo al mundo en sombras, como lágrimas que caen al suelo tras brotar de unos ojos que se pliegan de dolor ante la imposibilidad de soportar la dureza y el peso amargo de una realidad que nunca merecieron contemplar.


martes, 31 de octubre de 2023

Tecum

Había escuchado tantas historias sobre el mar; había contemplado tantas veces el resplandor del atardecer en sus aguas y sentido el arrullo de las olas arrastrando a la orilla promesas de sueños y lugares donde todo era indescriptiblemente hermoso que se imaginó, un día, ser digno de compartir aquella dicha.

Se afanó en conocer sus corrientes, sus idas y venidas; sus arrebatos de cólera y su infinita quietud; el color de sus ojos mirando desde las profundidades; el calor de su caricia breve; el sabor del salitre tras besar la piel y el olor de la brisa arremolinada sobre su superficie.


Se sintió uno con el mar: pleno, liviano, etéreo.


Aprendió a quererlo tanto que lo convirtió en su hogar, en el refugio sagrado donde el ruido se tornaba en murmullo y las turbaciones en apenas un leve vaivén. Tal era la devoción que sentía cada vez que se entregaba al abrazo de las aguas que se atrevió a sentirse un protagonista más de las viejas historias que había oído.


Aquellos relatos, ajados por el paso del tiempo pero vigentes como la primera vez que se susurraron al oído del mundo, le confirmaron algo que ya sabía, que llevaba dentro de sí desde el principio: nunca podría ignorar la llamada silenciosa y magnética del mar, y por eso se abandonó a él y le hizo una promesa. Dejó atrás todo lo que conocía y partió haciendo honor a su palabra. El mar y él se fundieron en un solo ser y durante largo tiempo fueron complemento mutuo de una única realidad. Era su luz, su sentido y dirección; destino y camino; la razón de ser de todas las cosas hermosas.


El mar encontró viajero para romper su soledad y el viajero halló un compañero que le hizo soñar con la imagen de una costa desconocida, bella, salvaje y repleta de toda una vida por conquistar. Avanzaba tranquilo, sumido en aquel dulce mecimiento, deleitado por todos los tonos de azul que existían en el mundo, libre de todas las cosas mundanas y las preocupaciones banales. Sentado al borde de su embarcación, se atrevía incluso a chapotear con los pies sobre la superficie del océano.


Pero el mar, fuerza inconmensurable, se deja llevar por su instinto, por la fuerza del viento, de la luna, el sol y todas las demás estrellas; espíritu indómito y carácter caprichoso, egoísta, ingobernable.


Así fue como una tarde, al caer el sol, el mar decidió cambiar de planes y se alió con la tormenta. Rugió, se encolerizó y abandonó incluso el modo que hasta entonces había tenido de mirar. Su expresión se transformó, y de pronto se tornó en una mueca grave y hostil.


Tenía sus propios designios, sus propios anhelos, sus tiempos y sus formas. Y por vez primera los reveló tal y como manaban de su interior, arrasando consigo toda imagen, concepción, retazo de memoria… que había existido hasta entonces.


El viajero, atónito y desesperado ante la violencia de aquel arrebato, temió por él, por ellos. Asistía impasible a la demolición de un sueño; al rechazo de la lealtad más pura y firme y a la aniquilación del valor y el sentido de una idea. De la idea más valiosa que jamás fue capaz de concebir.


El mar sólo pudo ejecutar su plan sin mediar oportunidad de respuesta, y con despiadada crudeza renunció a su  responsabilidad. Arrojó al viajero hacia las profundidades de la oscuridad y acabó con cualquier esperanza de alcanzar la anhelada orilla.


Al amanecer del siguiente día, débil, maltrecho, sintió la suavidad de la arena en la espalda y el frescor del agua en las palmas de las manos. Abrió los ojos a una realidad que nunca quiso enfrentar, pero allí estaba, en la playa de las viejas historias desde donde todos los ilusos zarpaban en pos de una aventura destinada a fracasar. Lo comprendió, al fin, y la sacudida de la consciencia hizo que le fallaran las piernas y su corazón se encogiera hasta el extremo.


Nada, ni nadie, podría jamás frivolizar con dominar al mar. Quizá podría creerse único o especial, pero la realidad era mucho más sencilla y en aquel momento brillaba con una cruel y dolorosa claridad: se había abierto en canal, entregado a una causa y a un ideal que sólo él comprendía y valoraba, cediendo gentilmente su poder a una fuerza más grande y poderosa que él mismo, sobre la que no tenía -ni podría tener- gobierno, derecho ni potestad.


Y así fue como aquel viajero iluso y esclavo de un sentimiento abandonó la playa, su vida y su promesa, con el tejido de su realidad hecho jirones y el alma pedazos; arrastrando los pies por la arena y su figura por el aire húmedo de la tarde mientras, a su espalda, la silueta de la isla de sus sueños se recortaba impertérrita sobre el horizonte. Pronto, las olas volvieron a visitar la costa y cubrieron con su habitual traslúcido velo gris y ámbar el recuerdo de unas huellas marcadas en la arena por el peso incontenible de la tristeza, suavizando sus contornos y borrando sus mil matices, como si nada de lo vivido y compartido hasta aquel instante hubiera existido jamás.





martes, 3 de octubre de 2023

Lo que aprendí en el último septiembre

La última vez que me despedí de ti, septiembre, creía que lo que el futuro me reservaba era recuperar aquello que entonces me tocaba dejar atrás. Lo material y lo inmaterial, el tejido de mi existencia y el sustento de mi felicidad.

Mientras me alejaba, el reflejo se iba empequeñeciendo en el espejo a un ritmo dolorosamente vertiginoso. Se me hacía un nudo en la garganta al verlo desaparecer tras girar despacio hacia la calle principal, fuera y lejos de aquel lugar donde con el paso del tiempo hallé sentido, propósito y me encontré a mí mismo. 

Te pedí que me despertases, septiembre, cuando te fueses; cuando finalmente, reunidos de nuevo, estuviésemos preparados para ir al encuentro de nuestro destino.

Poco o nada sabía entonces; mucho menos era capaz de imaginar que precisamente, en aquel caprichoso segundo de aquella lejana tarde, conforme la distancia se incrementaba, me hallaba lo más cerca que iba a estar jamás, y desde ese fugaz instante, de conseguir hacer realidad la promesa que te rogué mantuvieses viva por mí.

Volviste a verme, septiembre, pero era demasiado tarde. Hacía ya mucho que me había despertado sin ti, sin rastro de ti y con todos los pedazos de mis sueños esparcidos por el suelo de mi habitación...

Te despides de nuevo, pero ahora dejándome sin nada que recuperar, sin un reflejo que contemplar y con una única premisa certera: volverás, como siempre haces, y yo habré de estar esperándote. ¿Cómo? No lo sé, pues sólo siento que ya no podré confiar en ti como un día lo hice.

 

As my memory restsBut never forgets what I lostWake me up when...




miércoles, 30 de agosto de 2023

Ciento veinte noches en la ciudad sin nombre

Me resulta fascinante analizar el vínculo que establecemos, a veces tácitamente, con ciertos lugares que por una razón u otra se convierten en especiales para nosotros.

Guardamos recuerdos de rincones, instantes, días, tardes y noches; una cena a la luz tenue de las velas, un paseo por un parque, un helado o un café, un desayuno en una mañana fría de enero, un concierto, un beso robado a un susurro al abrigo de una bufanda y al amparo del paño de un chaquetón de invierno…


Nos identificamos con lo que hacemos, vemos, con lo que sentimos… en definitiva, con lo que fuimos cuando nos hicimos cómplices de los secretos ocultos en las calles de nuestra ciudad sin nombre.


Todos esos momentos se entretejen para conformar un lazo de apego que el paso del tiempo transforma en arraigo y sentimiento de pertenencia. Tal vez lo que desarrollamos es devoción por el atardecer que tiñe de ámbar y ocre las fachadas y los balcones; nos dejamos imbuir por la sensación de libertad que otorga el saberse conocedor de lugares poco comunes, pasadizos privados donde las miradas queman y la piel se estremece.


Perderse para encontrarse, como el visitante ocasional que se ve sorprendido ante el hallazgo inesperado de un hogar. Así, tus ojos se acostumbran a ver el mundo bajo un filtro de añoranza que te hace crear un vínculo con ese lugar: tú eras allí; aquel lugar te hacía ser.


¿Qué sucede cuando las circunstancias cambian, y la realidad te empuja en dirección contraria, lejos de las promesas y los sueños caducos?


¿Soy yo quien mira a la ciudad con otros ojos, o es ella quien, desafiante, me interroga silenciosamente sobre lo que ahora soy y siento? ¿Es mi mirada triste lo que queda al traer de vuelta su crepuscular recuerdo? ¿Es, tal vez, la luz, los árboles, el olor del aire… quien me transporta a aquel pretérito pluscuamperfecto, o es que simplemente soy esclavo de mis pensamientos?


¿Fui yo en ella, o fue ella gracias a mí?


No encuentro respuesta a tantas preguntas; tan solo rescato la certeza de que, al regresar, soy incapaz de darle la espalda, rehuirle la mirada… y fracaso al pretender creer que lo que fui y sentí aquí no me hizo llegar, de alguna caprichosa manera, a donde me encuentro ahora.


Sentado, a la luz del sol de la tarde, en una plaza de la ciudad sin nombre.



lunes, 21 de agosto de 2023

Inventario de cicatrices

De entre todas las cosas que se rompen en la vida, pocas duelen más que las promesas no cumplidas y los sueños condenados a vagar por un futuro que nunca será más que un recuerdo abandonado en el tiempo.


En el dolor, que es a la vez tren y compañero de vagón, solemos mirar hacia afuera, a través de las ventanas, para contemplar el paisaje desolador de todas las esperanzas truncadas del mundo. Al alzar la mirada al cielo cubierto de nubes, en busca de un atisbo de ilusión, de un rayo de sol que se cuele entre el espeso manto gris e ilumine un día oscuro y triste, el peso de la realidad se abalanza sobre ti y te sacude con una fuerza desconsiderada, implacable.


De entre todas las cosas que duelen, son las ruinas de la realidad las que, al recorrerlas, nos revelan la profundidad del vacío que permanecía inadvertido hasta entonces, y de la soledad que te abrazaba sin que de ello te percatases.


Las ruinas del presente condenan a hacer balance de daños; a colocarse frente a un espejo y, por vez primera, forzarse a mirar hacia adentro en vez de hacia afuera: a emprender el viaje hacia el interior de lo que de verdad eres y sientes. Firmar un pacto de no agresión con tu lado más frágil, débil y humano para conocerte a ti mismo, a tus fantasmas y a tus más profundos anhelos. Es bajar al barro, pelear, hacerte daño y salir airoso -magullado y herido, pero vivo-.


Lo que está roto, muerto, ya no puede morir. Cuando la vida decida abrirse paso para volver a echar raíces, recuperar su lozanía y resurgir de entre el polvo y los escombros, tú serás otro y el dolor se habrá convertido en una parte inherente a lo que serás entonces. Una cicatriz más en la piel de la memoria.


El dolor es el peaje; la soledad es el camino y la ilusión el motor de la complacencia del necio.





domingo, 30 de julio de 2023

La piedra y el mar

Dicen que el tiempo lo cura todo, que siempre acaba por poner las cosas en su lugar.

Infeliz de mí, me pregunto si tal creencia es sólo un fútil esfuerzo por compadecernos y convencernos a nosotros mismos de que el peso y las consecuencias de nuestras acciones y nuestras decisiones no dependen realmente de nosotros.

El tiempo no cura nada ni tampoco tiene el poder de poner orden, al igual que no crea ni destruye, ni siquiera transforma. El privilegio, y la responsabilidad, recaen en nuestras manos.

El tiempo tan sólo concede una oportunidad: la capacidad, libertad para poder elegir y tomar así caminos que nos llevan a lugares a los que soñamos llegar, o nos condenan a perseguir fantasmas o a repetir errores, en función de cuán desgraciados o necios, o una mezcla de ambos, seamos o decidamos ser.

El tiempo es como el mar: aparentemente infinito e inabarcable y, a pesar de cuanto tratemos de pretender controlarlo, tozudamente ingobernable.

Una roca llena de aristas, cortante y caprichosa en sus formas nunca se tornará lisa y tersa porque el tiempo así lo designe; será la fuerza del agua la que suavice sus formas y le dote de su delicada forma final. Su destino estará sellado por su abrazo eterno con el mar.

Todo será lo que deseemos, queramos, luchemos o decidamos que sea.

El tiempo nos brinda una vida, y lo que tenga que ser será… tal y como nuestra voluntad determine que sea.

Ayer, hoy, mañana y siempre.



martes, 30 de mayo de 2023

La tormenta

Hoy volvió la tormenta, y con ella se inundó el mundo, crujió el aire y brilló el cielo.

Un trueno retumba entre los muros de la estancia que me da cobijo. Me sobresalta, mas no son mis ojos los que se cierran para evitar sentir el impacto; todo lo contrario: asisten impávidos a la irrupción violenta de un torrente imparable que arrasa lo que encuentra a su paso y alcanza el interior del refugio de mi cabeza. Penetran como cuchilladas en carne tierna los fogonazos de los relámpagos; pensamientos impostores que son intrusos que invaden y se instalan en la habitación de mis recuerdos, al lado mismo de la puertecita que da acceso al sótano donde guardé hasta el más preciado de los sueños.

La última vez que hubo tormenta mi mundo se hizo añicos. Y hoy, con su regreso, me siento solo e indefenso a merced de su furia. Más solo y vulnerable que nunca, hecho un ovillo, rodeado por los pedazos a los que quedaron reducidos mis anhelos más profundos.

El dolor por la ausencia se acrecienta. Mi estómago se encoge y el nudo se aprieta. Palidece la esperanza mientras permanezco inmóvil mirando a través de la ventana abierta a un mundo que ahora se antoja frío y hostil.

El peso de la realidad es inevitable. Tan inevitable como el desenlace de la tormenta, y como el silencio ominoso que anticipó su llegada en la soledad de la noche, durante aquel viaje final hacia el corazón de la oscuridad.




domingo, 16 de abril de 2023

El origen infinitesimal de una idea

You're waiting for a train. A train that'll take you far away. You know where you hope this train will take you. But you can't know for sure. Yet it doesn't matter.

 

~

 

¿Qué ocurriría si pudiésemos percibir el fugaz instante previo al inicio de la tormenta? Ese momento donde coexisten y bailan en una suerte de danza mortal calma e incertidumbre, brisa liviana y feroz tempestad.


Viajar al centro del caos, caos que como el veneno de la serpiente culebrea por el interior de las arterias y muerde para alcanzar hasta la última de tus células.


El miedo y la duda son un cáncer latente que no puede sino expandirse para matar nervios, músculos, órganos y pensamientos. Así, haciéndose dueño de los rincones más íntimos de tu ser, se apodera de tus sueños, deseos y voluntad.


A merced del huracán, sorprendido y desprovisto de protección, se abre al fin en ti el temido agujero negro: ese pozo abierto en el corazón mismo de la oscuridad que todo lo engulle, borrando cualquier rastro de todo aquello que un día hizo al mundo brillar.

 

La cicatriz se resiente, las viejas heridas amenazan con volver a abrirse…


Y tú permaneces impasible, inmóvil, preguntándote por el origen de una idea y por el devenir de todas las cosas.


¿Puede anticiparse un principio y el momento infinitesimal que antecede al desenlace final?

 

¿Qué se hace entonces?

 

~


What is the most resilient parasite? Bacteria? A virus? An intestinal worm? An idea. Resilient... highly contagious. Once an idea has taken hold of the brain it's almost impossible to eradicate. An idea that is fully formed - fully understood - that sticks; right in there somewhere.