La necesidad de captar hasta el más mínimo detalle, un resquicio que se abre en la oscuridad para calmar la urgencia de sentir la luz y el aire.
La angustia de saber que la suerte puede no caminar a mi lado.
El miedo a perder, a decepcionarme, a arrojarme al corazón del huracán con solo ilusiones caducas a las que aferrarme.
La incertidumbre de la consciencia de la dificultad, de lo imposible, de lo irreal. Del desconocimiento y el misterio.
Por encima de todo, sin embargo, la opresión, el vacío en el pecho que se convierte en idea omnipresente en la cabeza y estímulo omnipotente en el corazón. La sensación de rozar el cielo con las manos.
Yo, mientras tanto, seguiré aquí esperando a que el espacio se acorte y pueda saltar al fin seguro.
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