Es la mente mi mayor enemiga y a la vez mi mayor tesoro. Los juegos de la ilusión carecen de leyes y principios.
Idealizar lo ideal no es un error, es correr un gran riesgo. No hay límites definidos, no hay un centinela que guarde el territorio de la cautela, no hay posibilidad de contener el inmenso poder de la imaginación. Intentar creer lo contrario es abnegar de la razón y la cordura.
Los pies se elevan del suelo con suma facilidad y con la misma vuelven a caer. Lo inevitable es éso, y también pensar que se puede elegir cuándo y cómo hacerlo.
Todo comenzó pronto con energías renovadas y fuerzas redobladas. De repente, apenas un suspiro después, nos encontramos en la típica estación de tren en la que se hace balance de daños y desperfectos; donde la mente se examina y hace constar de su obstinación. No obstante la similitud de escenario, las intenciones son diferentes esta vez, así que es posible que el destino final permanezca aún por descubrir.
A pesar de querer soñar, he de aprender a mirar hacia abajo lo suficientemente a menudo como para garantizar que la caída en caso de flaqueza será soportable.
Y sí, después de todas las promesas nuevas sigo igual de perdido que siempre, pero esta vez estoy seguro de querer llegar al final de todo y poder decir que el fracaso, en tal caso, lo gané luchando. O al menos no abandonando.
Puedes intentar jugar y que la mente participe en el juego; puedes querer llegar tan lejos como desees, pero el simple hecho de desear no será capaz jamás de vencer siquiera la fuerza de la gravedad.
No puedes pretender controlar a una supernova.
Alégrate, al menos, de no ser devastado por ella.
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