sábado, 3 de junio de 2017

Aire

«Esbozó una sonrisa comprensiva; mucho más que sólo comprensiva. Era una de aquellas sonrisas excepcionales, que tenía la cualidad de dejarte tranquilo. Sonrisas como esa se las topa uno sólo cuatro o cinco veces en toda la vida, y comprenden, o parecen hacerlo, todo el mundo exterior en un instante, para después concentrarse en ti, con un prejuicio irresistible a tu favor. Te mostraba que te entendía hasta el punto en que querías ser comprendido, creía en ti como a ti te gustaría creer en ti mismo y te aseguraba que se llevaba de ti la impresión precisa que tú, en tu mejor momento, querrías comunicar.»

F. S. Fitzgerald, El Gran Gatsby





viernes, 2 de junio de 2017

Feel the fire

¨Incluso aquella misma tarde hubo sin duda momentos en que Daisy no alcanzó el nivel de sus sueños; no por culpa suya, sino por la colosal vitalidad de su ilusión, que sobrepasaba a Daisy, que lo sobrepasaba todo. Gatsby se había entregado a ella con entusiasmo creador, acrecentándola sin descanso, adorándola con cualquier pluma de brillantes colores que se ponía a su alcance. No existe fuego ni lozanía capaz de competir con lo que un hombre atesora en el fantasmagórico mundo de su corazón.¨


F. S. Fitzgerald, El Gran Gatsby



miércoles, 31 de mayo de 2017

Sentimiento sentido

Un día tuve un sueño...

Era pequeño.

Y, un día, me hice mayor.

Y el sueño... se hizo realidad.




jueves, 25 de mayo de 2017

Sensibilidad


«Ahora, en la secuencia tocaba volar, pero todo era tan dulce y nuevo que se demoraba, deseando atesorarlo todo en su interior...»

F. S. Fitzgerald, Suave es la Noche




martes, 23 de mayo de 2017

The eternal moment of now

Nada tiene más valor que el instante presente.

Piérdete en él, deja que te envuelva, te acaricie y te transporte a dondequiera que decida llevarte.

No tengas miedo.

Gracias a él existes, estás aquí ahora... y sonríes.

Porque nada hay más precioso que la vida en este instante.


"Forsan et haec olim meminisse juvabit."


La Eneida, Virgilio



domingo, 21 de mayo de 2017

Sorprenderte

"Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro."


Albert Einstein

Y así...



domingo, 14 de mayo de 2017

Sentido


“Every contact leaves a trace. Everything and everyone we touch is changed in some way. But the changes, they are never what we anticipate.”



lunes, 8 de mayo de 2017

Meaning

Una bola de nieve rodando montaña abajo, imparable.
En su interior, negro como la noche, estallan fuegos artificiales.


viernes, 5 de mayo de 2017

Cien canciones para cien momentos (IV)

Una canción para...

76. Tener una vida recién venida al mundo entre los brazos y perderte en las profundidades de su mirada.



77. Conducir por la noche.


78. Culpar.


79. Decir adiós a un ser querido.


80. Viajar.


81. Celebrar la libertad y la juventud.


82. La nostalgia.


83. Sentirte incomprendido, diferente, pero a pesar de todo esperanzado.


84. Obsesionarte. Soñar despierto.


85. Un instante de felicidad.


86. Quedarte con lo bueno a pesar de las faltas, la desilusión, la decepción.


87. Darte por vencido.


88. Tumbarte sobre la hierba y contemplar el cielo estrellado.


89. Sentirte en armonía con alguien.


90. Sentirte aterrado, solo, vacío, desesperado. Para esos momentos en los que se apagan las luces y todo se tambalea.


91. Cuando te parten el corazón y sólo queda un agujero en el pecho.


92. Buscar refugio en la seguridad de unos brazos queridos.


93. Una caricia. Quedarte embelesado ante la visión más hermosa del mundo. Perderte.


94. Cerrar los ojos y dejarte transportar a otro lugar.


95. Enamorarte.


96. Hacer una promesa.


97. Confundir el sueño y la realidad.


98. Besar a quien más quieres en el mundo.


99. Mirar a alguien a los ojos y desear que el tiempo se detenga.


100. Luz tenue, una habitación, una ciudad de noche. Tú y quien tú quieras. Paz. Silencio. Piel.





...




Una canción para ser y sentir.





...




Una canción para el final.

martes, 2 de mayo de 2017

Cien canciones para cien momentos (III)

Una canción para...

50. Quedarte en la cama toda una mañana.


51. Una fiesta.


52. Volver a casa, ese lugar que siempre estará ahí a pesar de todo.


53. Un viaje en autobús o en tren por mitad de ninguna parte.


54. Sentirte en plenitud.


55. Encontrar apoyo en un momento difícil.


56. Revivir un momento en el que comenzó algo especial.


57. Correr.


58. Bañarte en el mar por la tarde, en silencio, con tranquilidad.


59. Escuchar en lo alto de una montaña.


60. Contemplar el fuego.


61. Dormir la siesta.


62. Marcharte lejos de casa, a otro lugar donde empezar de cero.


63. Recordar la niñez.


64. Cuando nada tiene sentido.


65. Despertarse.


66. Una mañana de verano.


67. Envejecer.


68. Tomar una decisión trascendental en tu vida.


69. Cuando el viento del invierno te golpea en la cara.


70, Escuchar en el metro.


71. Un momento de necesidad.


72. Respirar profundo en un lugar donde el aire huele a verde, a humedad, a pureza, y un riachuelo corre cerca.


73. Una noche de tormenta.


74. Evocar el olor de un perfume.


75. Creer.


sábado, 29 de abril de 2017

Cien canciones para cien momentos (II)

Una canción para...

26. Sentirse diminuto, desnudo y desamparado.


27. Sentirse esperanzado, optimista y positivo.


28. Emocionarse.


29. Los momentos de dudas, de decepciones, cuando cometes un error.


30. Celebrar días de felicidad pasados.


31. Entrar en trance.


32. Arrepentirse.


33. Ver una foto, y que lo que te recuerda te conmueva por dentro.


34. Recorrer una ciudad enorme por la noche.


35. Los días grises.


36. Volver a casa de noche, caminando, sintiéndote vacío.


37. Ver amanecer.


38. Los momentos de melancolía.


39. Caminar bajo la lluvia.


40. Escuchar todos los viernes de tu vida.


41. Los momentos en los que te fallan las fuerzas.


42. Decir adiós a un tiempo, una etapa, una época que siempre recordarás con cariño.


43. Escuchar por la noche, antes de dormir.


44. Tener una cerveza en la mano, amigos alrededor y una tarde de sol en cualquier lugar.


45. Despedirte de alguien, que duela, irte lejos, cambiar, que pasen los años, que recuerdes... y que en algún momento, en algún lugar, os volváis a encontrar. Que puedas celebrar la nostalgia, la melancolía, el paso del tiempo... y la vida.


46. Un momento bajo, oscuro, de donde cuesta salir.


47. Estar lejos, sentirte lejos y echar de menos.


48. Cuando pierdes la esperanza.


49. Enterrar la cabeza en un hombro que te resulta familiar y querido, dejarte envolver por un abrazo y un perfume, fundirte, mientras a tu alrededor el bullicio y la gente desaparecen...


50. Una mesa y una cena, luces tenues y la compañía perfecta.


lunes, 24 de abril de 2017

Cien canciones para cien momentos (I)

Una canción para...

1. (Soñar con) Dejarse llevar.


2. Temblar.


3. Caminar junto al mar.


4. Estar solo y perderte dentro de ti mismo.


5. Conducir al atardecer.


6. Sobrevolar las nubes en avión.


7. Las despedidas.


8. Romperte por dentro.


9. Saltar de alegría.


10. Sentirse joven.


11. Sonreír.


12. Mirar arriba, al cielo matinal, y pensar que quizá un día encontrarás aquello que tanto deseas.


13. Escuchar mientras afuera, en la calle, llueve y las gotas se escurren por el cristal.


14. Los días fríos de sol en invierno.


15. El otoño y las hojas secas en el suelo.


16. Escuchar en primavera.


17. Abrazar a alguien especial.


18. Caminar por París.


19. Perderse en la naturaleza, en el mar, en cualquier momento y lugar.


20. Despedir un año.


21. Una noche de desvelo.


22. Cuando la música no es suficiente para acallar el ruido en tu cabeza.


23. Sentirse solo.


24. Bailar.


25. Perderse por las calles de Madrid.



Momentos artificiales

Hoy era un día de primavera maravilloso en Madrid.

Hacía un calor agradable, el cielo mostraba un color azul límpido, precioso, y las calles estaban rebosantes de vida. Era un día de estos en los que te apetece sonreír, estar alegre, reír y disfrutar de lo bonito que es el mundo.

Estaba comiendo en un restaurante que al parecer está bastante de moda, de estos minimalistas que usan vajilla de formas inusuales y sirven platos de nombres casi tan apetitosos y elaborados como la propia comida. Pero a pesar de que todo estaba delicioso, no era precisamente eso lo que llenaba mis pensamientos en aquel momento.

Me acompañaban, y tenía la suerte de acompañar, a tres personas más. Y mientras decidíamos qué íbamos a comer, qué escoger, qué probar, ¿arriesgar?, me dio por hacer algo que me resulta bastante fácil de conseguir. Observé la situación desde fuera, tomando distancia, como si fuese alguien externo a lo que se decía y sobre lo que se reía.

Y pensé en lo que estaba sucediendo, la naturaleza de la situación de la que éramos parte, las circunstancias que nos hacían estar allí en aquel instante y las circunstancias que nos habían hecho llegar hasta donde nos encontrábamos, metafóricamente hablando.

Así fue como me vi rodeado de tres personas que ahora son piezas irremplazables de mi presente y sustento de una parte fundamental de mi vida. Y no imagino nada diferente.

Pero a pesar de todo, no pude dejar de sorprenderme por lo maravilloso que era lo que estaba ocurriendo. Cuatro personas venidas de distintas partes, con vidas diferentes, pasados diferentes... Las circunstancias hicieron que coincidiéramos en el tiempo y en el espacio, una suerte de privilegio que en un principio se antojó casual pero que con el tiempo adquirió un valor incalculable.

Al menos, para mí.

Así fue como me vi compartiendo mesa, comida, momentos y recuerdos con tres amigos que un día me dejaron entrar en su vida y que aún hoy, a pesar del tiempo y las circunstancias, siguen ahí y lo seguirán estando.

A veces sólo necesitas que te muestren lo afortunado que eres para que te percates, precisamente, de en qué medida lo eres.

Como ya he dicho, hoy era un día maravilloso en Madrid. No me hizo falta probar bocado, a pesar del hambre, para darme cuenta de ello.

Y esa sensación fue incomparable.

sábado, 22 de abril de 2017

Worlds apart



A veces las cosas suceden sin hacer ruido, como si tratasen de pasar desapercibidas.

Por la noche, cuando reina el silencio.

Cuando todo lo que eres se transforma en lo que sueñas.

Ese lugar donde no existe el tiempo y la realidad se distorsiona.

Ese lugar donde, a pesar de todo, te encuentras a ti mismo libre de prejuicios, de barreras, de miedos e inseguridades.

Donde la verdad se muestra tal y como es; donde te llena, te reconforta y te empuja a ser tú mismo.

Donde las cosas que importan lo hacen de forma irremediable.

Donde todo sucede rápido, intensamente, y se siente auténtico.

Antes de convertirse en aire. Sigilosamente. Sin que puedas evitarlo.

De golpe.

Como una nube, como el humo; desvaneciéndose lentamente hasta quedar en nada.

Una nada vacía pero colmada de significado.

Porque en algún momento existió de forma diferente.

Y entonces te das cuenta de todas las cosas que ocurren porque haces que ocurran, o porque al menos ejerces una influencia tal para que acaben por ocurrir.

Pero también de las que no.

Te interrogas entonces, tratando de comprender por qué no suceden.

Y para algunas preguntas no encuentras respuesta; para otras sí.

Te sorprende lo bonito que es el mundo, el milagro que es poder disfrutar cada día de este regalo maravilloso que es la vida.

Lo que eres, lo que quieres, lo que haces y lo que vives.

Lo que compartes.

Con quién lo compartes.

Y entonces, en mitad de la oscuridad, se produce un choque violento cuando la realidad emerge bruscamente para traerte de vuelta de un mundo irreal, etéreo, que sólo existe en tu cabeza.

Un mundo en el que todas las piezas parecen encajar.

Un instante en el que un pedazo inmenso de ti era libre.

Un fugaz lapso de tiempo en el que todo tu ser se encontraba en armonía con algo más grande, más hermoso y más sincero que cualquier otra cosa que pudieses imaginar.

Un momento en el que eras feliz. Pura y completamente feliz.

Antes de que todo acabase.

Despertar.

En silencio, en mitad de una vasta negrura.

El calor bajo las sábanas es incapaz de contrarrestar el frío que nace en lo más profundo de tu pecho, conforme tu mente intenta comprender lo que acaba de suceder.

Ese vacío que sientes no es más que el resultado de la desaparición de una parte de ti mismo.

Y te sientes pequeño, triste y solo.

Conforme se abalanzan sobre ti las dudas y de nuevo se erigen imponentes los muros de la consciencia piensas en todas las cosas bonitas que, por un motivo u otro, nunca llegan a existir más allá del universo de los pensamientos.

Sientes lástima, una pena profunda y honesta.

Una parte de ti se resquebraja.

Otra intenta buscar a tientas en la oscuridad un signo de la salida del sol; un rayo que consiga desterrar la negrura, que ilumine con fuerza los últimos vestigios de eso que hasta hace un instante antes era tu única realidad, lo único verdaderamente importante, esencial.

Que desaparece con cada segundo que pasa para, al final, parecer que nunca hubo existido.

Un sueño.

Un recuerdo de un mundo infinito, maravilloso.

Inalcanzable.

lunes, 10 de abril de 2017

Abre un paréntesis

A veces estás rodeado y te sientes solo, otras estás solo y te sientes acompañado; piensas cuando no quieres pensar, piensas lo que no quieres pensar, dudas cuando no quieres dudar. Te gustaría encontrar un segundo de calma, sosiego, paz.

A veces es complicado poder hallar un rincón donde puedas permitirte el lujo de dejarte llevar, de estar sin más ni más...

"A veces, por muy alta que pongas la música sólo puedes oírte a ti mismo."

Y otras veces, durante un lapso de tiempo brevísimo y glorioso, todo cobra sentido. Unas luces se apagan, otras se encienden. Suena una guitarra y una voz. El sonido te envuelve, llena tus oídos, tu cabeza e inunda tu interior.

El poder de la música, de una canción.

Un acorde.

Tres minutos y medios de emoción.

Pulso acelerado, pensamiento a la deriva.

Entonces todo encaja, o casi todo. Pero lo que no lo hace no te inflige tanto daño. Lo malo se hace menos malo y lo bueno aún más bueno.

Se disipan las nubes. Sale el sol.

El hechizo dura poco, pero mientras persiste su efecto ese paréntesis abierto en el espacio y en el tiempo resulta absolutamente maravilloso.

jueves, 6 de abril de 2017

Acento


De entre las múltiples acepciones de la palabra acento (hasta ocho están recogidas en el diccionario), la octava y última hace referencia a la acción que más humanos nos hace, la que nos diferencia y nos convierte en seres singulares, incluso entre nuestros iguales.


Si resulta hasta elegante (además de muchas otras cosas) que se respeten las reglas de acentuación en las palabras que usamos y escribimos, por aquello de preservar la belleza que se despliega mediante el uso del lenguaje, tanto o más lo es cuando cada cual intenta hacerlo en su propia vida. Y decir que es elegante es quedarse terriblemente corto. Es precioso, es fundamental y es, por encima de todo, imprescindible.

La forma en la que ponemos los acentos en nuestra propia vida viene dada de algún modo por cómo nos educan y nos convierten en seres frescos, tiernos, que se lanzan por primera vez al mundo. Sucede de manera similar a como aprendemos, por continuar con la analogía, a saber cómo acentuar las palabras, dónde colocar las tildes, dónde están los sonidos tónicos y átonos. En definitiva, nos enseñan para que, transcurrido el tiempo y cuando seamos conciencias lo suficientemente autoconscientes, podamos ser capaces de hacerlo por nosotros mismos.

Eso quiere decir que, por una parte, todo depende en gran medida de nuestras propias decisiones, de los pasos que vamos dando cada día en pos de un destino que queremos alcanzar porque creemos que es allí, quizá, donde encontraremos la felicidad, ser nosotros mismos; aunque esto está altamente condicionado, por suerte y por desgracia, por las circunstancias que nos envuelven a cada instante. Circunstancias que están más allá de nuestro control pero circunstancias que, al fin y al cabo, están ahí para hacerlas nuestras y sacar de ellas todo lo bueno y positivo que puedan brindarnos.

Por otra parte, todo depende también de lo que nos han inculcado y nos han enseñado a querer, cuidar, valorar... Aprendemos (o tal vez lo hacemos instintivamente, quién sabe) a configurar nuestro particular código vital donde cada pieza tiene un sentido y un significado para nosotros, uno que quizá nadie más puede entender. Puede que para los demás algunas piezas no encajen, pero para nosotros, en nuestro delicado orden de las cosas y el mundo, todo está bien. Y es extraordinario.

Así es como ponemos los acentos de nuestra vida. Los acentos en nuestra vida.

Y así es como cada cual se transforma en alguien único e irrepetible.


"This is a song about somebody else..."

Cuando esto sucede de forma autónoma, personal y libre se desencadena un proceso imparable de cambio, como una metamorfosis, que nos acompañará durante el resto de nuestros días en este mundo y nos convertirá en lo que fuimos ayer, lo que somos ahora y lo que seremos mañana. Nada ni nadie puede detenerlo, ni siquiera nosotros mismos; lo único que podemos hacer es variar ligeramente nuestro rumbo sobre la marcha, cambiar nuestro destino. El final será distinto, pero será un final. Y el camino seguirá ahí, a pesar de todo.

El camino se extenderá a nuestros pies en función de cómo y dónde decidamos dar nuestro siguiente paso; en función de cómo y dónde pongamos los acentos.

El camino es incertidumbre, y en la mayoría de ocasiones carecemos de indicaciones que nos orienten hacia dónde ir, qué dirección tomar. Llega un punto en el que desconocemos si algo es bueno, o recomendable, o correcto, o imprescindible. ¿Qué quiero, qué necesito? Son preguntas para las que muchas veces no tenemos -ni tendremos- respuesta.

"The devil’s right there, right there in the details
And you don’t wanna hurt yourself, hurt yourself..."

La única certeza que tenemos es que debemos perseguir aquello que nos hace ser nosotros mismos, que nos impulsa a no dejar de avanzar, a no renunciar a todo aquello por lo que vivimos, a todo aquello con lo que soñamos.

"And don’t punish yourself, punish yourself..."

Y decides que ese sea tu acento.

Tu relieve.

Tu intensidad.

Un rayo de luz en medio de la oscuridad.

Al final, un acento no es más que un detalle. Una parte pequeña de un todo inmenso, pero una parte que lo representa a la perfección.

Que marca una diferencia indescriptible.

Y nunca sabrás si estarás tomando la decisión adecuada; si aquello en lo que depositas tu fuerza, tu energía, tu esperanza, tu felicidad... merece la pena. Si será una pieza que encaje, no sólo en tu puzzle particular, sino en el de alguien más.

"The truth is like blood underneath your fingernails..."

Probablemente tropieces, te caigas, porque eres libre, estás solo y nadie puede ayudarte.

Aprender, ahora, es una tarea a la que te entregas completamente desprotegido.

Te equivocarás y te decepcionarás.

Temblarás, dudarás.

Te harás daño.

Como si no supieses andar; como si no supieses hablar.

Querrás saber la verdad por mucho que duela, porque necesitarás estar seguro de que lo estás haciendo bien; de que estás tomando la dirección correcta, de que el camino es el que realmente quieres seguir.

Querrás saber si ese detalle que da sentido a tu mundo es bueno y merece la pena.

Si estás colocando el acento en el lugar adecuado.

"It’s you right there, right there in the mirror..."

Quién sabe.

Por ahora, espero que sí.

domingo, 2 de abril de 2017

Random thoughts

“So, this is my life. And I want you to know that I am both happy and sad and I'm still trying to figure out how that could be.”


The Perks of Being a Wallflower




«Ella habla y resplandece...»

viernes, 31 de marzo de 2017

Sobre la belleza

Déjame que te cuente algo.

Pero, primero, ponte esta canción.


Y ahora piensa en algo que te haga feliz.

No busques nada complejo, quédate con un detalle. Algo que te resulte especial, que creas que nadie más sabe, quiere o acierta a valorar como tú haces.

Abraza esa sensación que nace en tu interior al intentar hacerlo real en tu mente.

No importa si es algo que forma parte del pasado o que ahora te es lejano. Todo es válido con tal de que sea capaz de agitar algo dentro de ti.

De hacerte sentir.

Me resulta curioso pensar cómo algo tan ínfimo, tan delicado, puede convertirse en realidad en un tesoro tan valioso para cada uno de nosotros.

Y me resulta aún más curioso pensar que a veces esos detalles que para ti marcan una diferencia tan radical como el día y la noche pueden pasar desapercibidos.

Porque alguien no quiere prestarles atención. O no quiere cuidarlos.

Y entonces se rompen.

Quiero pensar que esos pedazos que representan la esencia misma de lo que somos tienen una razón de ser más allá de la meramente aparente; más allá de lo que otros hagan con ellos, o de lo que otros nos obliguen a hacer con ellos.

Quiero pensar que nos definen y, en algún momento, acaban conduciéndonos a algún lugar hermoso donde cobran sentido, donde merecen la pena y donde pueden volver a unirse.

Para ser, y que nosotros seamos con ellos.

Es como si esos detalles vitales fuesen semillas que recogemos de un suelo yermo y cuidamos con mimo y dedicación porque queremos que, un día, puedan convertirse en flores de vivos colores que consigan romper con la monotonía circundante. Y precisamente cuando ese día al fin llega, decides devolverle a la tierra lo que le arrebataste, y entregas buena parte de tu energía y tu fuerza de voluntad en hacer que las plantas enraícen y crezcan en ella. Les proporcionas agua y luz e intentas que nada les falte, y entonces hay un momento en el que consideras que son ya lo suficientemente fuertes y la tierra lo suficientemente generosa como para que puedas permitirte el lujo de entregárselas para siempre.

Pero nada es lo que parece.

Cierras los ojos, decides confiar, como un salto de fe, y pones un sentimiento a disposición de algo mucho más grande, más fuerte y más poderoso que tú. Lo que más valoras, ese detalle que marca la diferencia, ese tesoro que proteges con celo.

Decides creer.

Y todo se seca.

La tierra, las raíces, las plantas y las flores. Y tú con ellas.

Te preguntas qué hiciste mal, si hiciste algo mal; ¿qué podrías haber hecho de manera diferente?

Te fallan las piernas porque, ingenuo de ti, creías que a alguien podía importarle. Ya no el simple hecho de que quisieras hacer brotar semillas en tierra infértil, sino el que soñases siquiera con tener flores de tantos y tantos colores.

Porque al fin y al cabo es tan sólo un detalle.

Uno que, sin embargo, lo cambia todo.

Porque revuelve algo en mi interior.

Porque me hace sentir vivo.

Y porque es, en última instancia, la manifestación más pura y hermosa de la belleza. De lo que existe y tiene valor para mí.

Ese «algo» etéreo que, consciente o inconscientemente, cada uno de nosotros anhela alcanzar en algún momento, de alguna forma.

Dime que no estoy loco; que a ti también te pasa.

Dime que a pesar de todo merece la pena.

Y que aunque hayas tenido tú también que renunciar a algo que te hacía feliz, sentirte especial, reír... no has perdido la esperanza.

No has dejado de creer.

Creer en que hasta lo más pequeño, frágil e insignificante puede nacer del más ínfimo de los detalles.

Como una sonrisa.

Una mirada.

Como una semilla.

Porque las cosas hermosas siempre merecen la pena.

Incluso cuando no sabemos si realmente merecerán la pena.


Ahora cierra los ojos.

O, espera, no lo hagas todavía.

Primero retoma ese recuerdo donde eras feliz; ese detalle del que hablábamos.

No lo dejes escapar.

Mímalo, cuídalo y protégelo a toda costa.

Porque nadie más que tú sabrá otorgarle el valor que posee y merece; y al hacerlo te estarás valorando, cuidando y protegiendo a ti.

Eso es lo único que me importa.


Ahora, probablemente, aún te sobren algunos segundos de esta canción maravillosa.

Cierra los ojos.

Escucha; déjate llevar.

Y sonríe.

martes, 28 de marzo de 2017

Questions we shouldn't have asked

Siempre te has empeñado en perseguir el kamikaze ideal que te susurra en sueños que quizá exista un momento y un espacio reservados para ti donde puedas hallar eso que con tanto desasosiego anhelas.

Y mientras tanto el tiempo pasa lento, imparable, y asistes una y otra vez al continuo cambio de guardia entre la luna y el sol y te preguntas cuál será tu momento, si será ese o será otro; si sabrás reconocerlo cuando al fin te alcance; si estarás preparado cuando decida hacer acto de presencia.

Y mientras tanto, todo pasa y nada queda.  Y te das cuenta de que, quizá, todo vaya a seguir igual, porque pocas cosas ocurren sin causa aparente ni son tan seguras y ciertas como el previsible suceder de los días y las noches.

Sólo hay una forma de luchar contra ese pensamiento que te corroe por dentro: el de imaginar lo que podría ser, lo que no fue o lo que podría haber sido.

La forma de responder a esa pregunta es, efectivamente, sencilla. La respuesta ya no lo es tanto, aunque en ti reside la fuerza necesaria y suficiente para poder enfrentarte a ella...


domingo, 26 de marzo de 2017

Pompas de jabón

Era una tarde agradable de comienzos de la primavera. Era una gran ciudad, un pulmón enorme que se hinchaba y deshinchaba con cada latido de los corazones de los millones de vidas que la habitaban. Era una plaza icónica, rodeada de edificios y esculturas que acumulaban centenares de años de historia y recuerdos en las piedras que las conformaban. Había mucha gente en aquel instante en la plaza, el bullicioso caos típico de un día apacible en aquella gran ciudad.

En frente de mí y a cierta distancia, aunque no lo suficiente como para que me resultase imposible distinguir rostros, voces y gestos, había un hombre con un cubo de agua y jabón, y dos varas muy largas unidas por dos cuerdas que al estirarse parecían esbozar el contorno de una sonrisa. Aquel hombre comenzó a crear pompas de jabón, pequeñas, medianas y grandes, que adquirían formas caprichosas cuando la suave brisa que soplaba aquella tarde las arrastraba lejos y hacia el cielo, antes de explotar. Tan pronto el aire se llenó de pompas, el hombre se vio rodeado por un grupo de niños que comenzaron a saltar, a correr tras ellas, a intentar rozarlas con el dedo para hacerlas estallar.

Los niños gritaban, se molestaban entre ellos, se peleaban como niños por intentar alcanzar la burbuja más grande y más alta de todas. Y a veces se amontonaban tan cerca del hombre que apenas tenía espacio para estirar las varas y poder crear más y más pompas.

El rostro del hombre, de piel morena y aspecto curtido, no por cuestión genética o racial sino más bien -y probablemente- fruto de una vida dura y muchos días de sol sin sombra, noches frías sin cobijo, privaciones mundanas y sacrificios casi constantes, mostraba una expresión que me resultó sorprendentemente... amable. Su mirada, de esas que tienen la profundidad suficiente como para transmitirte la sensación de que han visto y vivido mucho, entonaba bastante bien con el resto de su expresión facial. Apenas sonreía, porque quizá no tuviese demasiadas razones para ello, pero a pesar de todo esbozaba un gesto que a mis ojos parecía una especie de resignación tranquila, casi alegre, asumida. Quizá fuese todo un espejismo, un juego de mi mente para hacerme sentir mejor en aquel fútil intento de empatizar con él.

De cualquier modo, su gesto sereno contrastaba fuertemente con el entorno que lo rodeaba y el tumulto creado por los jóvenes cuerpos que se arremolinaban a su alrededor. Además, la configuración de las formas, aristas y ángulos de su cara demostraba que aquel hombre se encontraba en una ciudad lejos, muy lejos en el espacio de aquella donde quizá hubiese nacido. Y probablemente también se encontrase en un espacio distinto, hostil y lejano, al que verdaderamente pertenecía; habiendo tenido que renunciar a muchas -o todas- las cosas que conocía en busca de una vida mejor. Quién sabe si precisamente en aquel instante un niño de un país lejano donde todavía se sufre el castigo inmisericorde del invierno estuviese conformándose con soñar con perseguir una pompa de jabón en su ascenso hacia el cielo porque su padre se encontrase muy, muy lejos de allí, en otra ciudad, con otros niños, en otro mundo.

Mientras pensaba en esto vinieron a mi mente recuerdos de la noche anterior, de un lugar muy diferente, más lujoso, y un espectáculo infinitamente más grandioso y sobrecogedor. En aquel concierto sonaba una música tan esperanzadora como desgarradora, de esa que tiene la capacidad de transportar tu mente a un lugar que no existe donde experimentas emociones desconocidas e imaginas lugares y sucesos de otra época. Un hechizo perfecto.

Y todas aquellas notas habían sido meticulosamente dispuestas por una mente maravillosa y brillante a la par que oscura e insondable. Un hombre de otro tiempo, de otra tierra, quizá de la misma de la cual procedía el hombre que yo observaba, creó un día aquella obra maestra que tras sobrevivir más de cien años llegaba ahora a mis oídos para elevarme hacia el cielo, como si de una pompa de jabón me tratase. Y luego todo explotaba como ella, acompañado de un estruendo enorme, y miles de aplausos incontenibles hacían pensar que acababa de suceder algo mágico, especial e irrepetible.

No pude evitar recordar las notas tristes entonadas por la orquesta en aquel concierto, pues me daba la sensación de que hacía mucho tiempo alguien había compuesto una música capaz de describir ahora cómo era la vida del hombre que vivía haciendo pompas de jabón.

Pero hoy, en esta tarde de primavera, nadie le presta atención a él. Me duele pensar en la posibilidad de que no reciba reconocimiento alguno. Porque los niños después de jugar serán llevados a sus casas y puede que nadie se detenga a obsequiar a ese hombre que depende de algo tan efímero y frágil para ver la luz de un nuevo día.

Ojalá alguien que ayer asistiese extasiado al espectáculo de la genial creación de un maestro de la música pudiese hoy contemplar agradecido cómo su hijo se entretiene con las burbujas creadas por un hombre proveniente de la misma tierra muchos años más tarde. Y ojalá pudiese admirar la belleza escondida en los mil colores arrancados por el sol a cada pompa de jabón al explotar mientras en su cabeza, durante un segundo eterno, resuenan suspendidos en el tiempo los acordes brillantes de una composición inolvidable.



jueves, 23 de marzo de 2017

Origen

Todo comienza con un pensamiento.

Una idea fugaz, desordenada.

Un instante de lucidez.

Un segundo de más.

Electricidad y luz.

Una pieza que encaja, o que parece encajar.

Y entonces... una pregunta.

Vacilación.

Temblor.

Consciencia y realidad.

Y entonces... la misma pregunta.

Sin respuesta.

domingo, 12 de marzo de 2017

Las cosas que me (con)mueven

Una de mis frases favoritas –robada de una canción de Chavela Vargas– dice que «uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida». Me gusta tanto, de hecho, que la tengo impresa en un papel y pegada en la pared junto a mi cama.

No he conseguido, a día de hoy, hallar consenso entre las personas a las que me he atrevido a preguntar por su opinión acerca de tal afirmación. Por lo general, parecen no estar muy de acuerdo con la rotundidad de su mensaje.

Yo, sin embargo, vivo para demostrarme que Chavela tenía razón.

Por eso decido caminar por las calles que me vieron crecer, quizá no durante más tiempo, pero sí más deprisa y de forma más profunda, compleja y amplia. Las calles donde descubrí quién era, cómo era y, de alguna manera, quién quería ser. Las calles de la ciudad donde aprendí a vivir y a disfrutar de la (y lo) que hoy es mi vida.

Así, perdiéndome en los rincones que durante varios años formaron parte de mi hogar me sorprendí a mí mismo queriendo tomar distancia, como para intentar precisamente no ser yo en ese instante, para intentar retroceder en el tiempo y volver atrás, al principio.

Vi a otra persona completamente diferente; a una persona que apenas acababa de lanzarse al mundo a descubrir el significado de su recién estrenada libertad, cuya mente era, por aquel entonces, como una hoja en blanco lista para ser llenada con palabras que contasen una historia única, especial y maravillosa.

Me vi crecer en las calles de aquella ciudad; me vi a mí mismo en los mismos lugares, haciendo las mismas cosas, rodeado de un puñado de compañeros que con el tiempo se ganaron un lugar en mi corazón de alguna u otra manera, por razones diversas y con distintos grados de intensidad.

Nos vi vivir, disfrutar, crecer.

Ser felices.

Es sorprendente el poder que tiene el tiempo para hacer que nos demos de bruces contra los cimientos de nuestra realidad; para enfrentarnos con la auténtica naturaleza de nuestros deseos y nuestros sentimientos; para sacudir nuestro personal y delicado orden de las cosas y el mundo; para regalarnos una nueva visión con la que observar el pasado y el presente con una mayor y mejor perspectiva que es fruto, ni más ni menos, de la experiencia.

Para aprender a descubrir las cosas que nos mueven.

Las cosas que nos conmueven.

Incluso cuando ya son parte del pasado.

Caminando por las calles donde aprendí a ser –y fui, de hecho– lo más feliz que he sido nunca, me di cuenta de cómo aquella tierra verde, fresca y sana me dejó echar raíces cuando las estaciones fueron favorables, y me permitió también volar cuando llegó la hora de hacerlo.

No sabía cómo me sentiría al regresar; qué sentiría cuando toda una oleada de recuerdos me golpease con fuerza desde las profundidades del pozo de la memoria. Aunque, en realidad, lo que más me inquietaba era descubrir qué sentiría cuando volviese a los viejos sitios donde amé la vida, ahora que aquel tiempo había pasado ya, ahora que todo es tan diferente y yo, inevitablemente, también lo soy.

Nada ha cambiado. Los recuerdos que preservo se mantienen vívidos, reales; las sensaciones aún son auténticas y todo permanece más o menos como lo imaginaba. ¿Por qué iba a cambiar?

Quienes cambiamos somos nosotros.

Y eso, por suerte, es necesario.

Porque las cosas, al igual que suceden porque tienen que suceder, existen en un espacio y un tiempo determinados. Su existencia se circunscribe a un momento único, irrepetible. Y cuando se acaban, debemos seguir adelante y continuar con nuestra vida. Pero no por ello debemos olvidar que un día fueron algo más que un recuerdo, que contribuyeron por un breve lapso de tiempo a hacer de nosotros algo de lo que somos ahora y a llevarnos a algún lugar cercano al que nos encontramos en este preciso instante.

Y, quizá, quién sabe si tendremos la gloriosa posibilidad de volver a visitar alguno de esos sitios donde aprendimos a amar la vida; a revivir cosas que hicimos, emociones que sentimos. A regresar por un breve momento a un punto concreto del pasado desde un lejano lugar del presente.

He vuelto, y he querido hacerlo, y he podido hacerlo. Y he visto a la persona que era y a la que soy, a la que ha cambiado y a la que sigue siendo como era entonces. Y me he dado cuenta de que, a pesar de las diferencias, hay algo que permanece en mi interior intacto, casi tan puro como el primer día, porque he intentado preservarlo así porque era, y es, demasiado valioso para mí.

Y lo más importante: he visto a muchos de aquellos compañeros con los que compartí todas o algunas etapas de este (¿aquel, quizá?) viaje y me he percatado de que, a su manera particular, necesaria y suficiente, permanecen aún como parte inamovible del camino de mi presente.

A pesar de todo, del tiempo y las circunstancias.


[]


He regresado para volver a vivir las cosas que me hicieron sentir vivo.

Para comprobar que hay cosas que ya no están, que han cambiado, que se fueron para siempre, que no volverán jamás.

Para comprobar que aunque este árbol de la vida tiene muchas hojas caducas, otras tantas son perennes y no pierden ni su brillo ni su color.

Para celebrar que el presente es hermoso.

Para celebrar que el pasado nos unió y nada ha conseguido separarnos todavía.

Para sonreírnos y abrazarnos, porque la vida es maravillosa.

Para compartir instantes como solíamos hacer y para juntar nuestros caminos una vez más.

Para evitar olvidar las cosas que me mueven y conmueven; las que me hacen feliz y las que me hacen llorar.

Para sentir cuán afortunado soy por haber vivido lo que viví y haber conocido a quien conocí.

Para dar las gracias por todas y cada una de las cosas que forman parte de mi vida y de mi mundo.

Para dar las gracias a todas y cada una de las personas que han hecho de mi vida lo que es ahora.

Para dar las gracias a todas las que forman parte de ella por voluntad propia.

Para recordar dónde comenzó esta historia.

Y para demostrar que, a pesar de todo, uno puede volver siempre a los viejos sitios donde amó la vida, y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas

Aunque, a veces, dejan de estarlo.

Eso es lo que me mueve.

Lo que me conmueve.