domingo, 12 de marzo de 2017

Las cosas que me (con)mueven

Una de mis frases favoritas –robada de una canción de Chavela Vargas– dice que «uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida». Me gusta tanto, de hecho, que la tengo impresa en un papel y pegada en la pared junto a mi cama.

No he conseguido, a día de hoy, hallar consenso entre las personas a las que me he atrevido a preguntar por su opinión acerca de tal afirmación. Por lo general, parecen no estar muy de acuerdo con la rotundidad de su mensaje.

Yo, sin embargo, vivo para demostrarme que Chavela tenía razón.

Por eso decido caminar por las calles que me vieron crecer, quizá no durante más tiempo, pero sí más deprisa y de forma más profunda, compleja y amplia. Las calles donde descubrí quién era, cómo era y, de alguna manera, quién quería ser. Las calles de la ciudad donde aprendí a vivir y a disfrutar de la (y lo) que hoy es mi vida.

Así, perdiéndome en los rincones que durante varios años formaron parte de mi hogar me sorprendí a mí mismo queriendo tomar distancia, como para intentar precisamente no ser yo en ese instante, para intentar retroceder en el tiempo y volver atrás, al principio.

Vi a otra persona completamente diferente; a una persona que apenas acababa de lanzarse al mundo a descubrir el significado de su recién estrenada libertad, cuya mente era, por aquel entonces, como una hoja en blanco lista para ser llenada con palabras que contasen una historia única, especial y maravillosa.

Me vi crecer en las calles de aquella ciudad; me vi a mí mismo en los mismos lugares, haciendo las mismas cosas, rodeado de un puñado de compañeros que con el tiempo se ganaron un lugar en mi corazón de alguna u otra manera, por razones diversas y con distintos grados de intensidad.

Nos vi vivir, disfrutar, crecer.

Ser felices.

Es sorprendente el poder que tiene el tiempo para hacer que nos demos de bruces contra los cimientos de nuestra realidad; para enfrentarnos con la auténtica naturaleza de nuestros deseos y nuestros sentimientos; para sacudir nuestro personal y delicado orden de las cosas y el mundo; para regalarnos una nueva visión con la que observar el pasado y el presente con una mayor y mejor perspectiva que es fruto, ni más ni menos, de la experiencia.

Para aprender a descubrir las cosas que nos mueven.

Las cosas que nos conmueven.

Incluso cuando ya son parte del pasado.

Caminando por las calles donde aprendí a ser –y fui, de hecho– lo más feliz que he sido nunca, me di cuenta de cómo aquella tierra verde, fresca y sana me dejó echar raíces cuando las estaciones fueron favorables, y me permitió también volar cuando llegó la hora de hacerlo.

No sabía cómo me sentiría al regresar; qué sentiría cuando toda una oleada de recuerdos me golpease con fuerza desde las profundidades del pozo de la memoria. Aunque, en realidad, lo que más me inquietaba era descubrir qué sentiría cuando volviese a los viejos sitios donde amé la vida, ahora que aquel tiempo había pasado ya, ahora que todo es tan diferente y yo, inevitablemente, también lo soy.

Nada ha cambiado. Los recuerdos que preservo se mantienen vívidos, reales; las sensaciones aún son auténticas y todo permanece más o menos como lo imaginaba. ¿Por qué iba a cambiar?

Quienes cambiamos somos nosotros.

Y eso, por suerte, es necesario.

Porque las cosas, al igual que suceden porque tienen que suceder, existen en un espacio y un tiempo determinados. Su existencia se circunscribe a un momento único, irrepetible. Y cuando se acaban, debemos seguir adelante y continuar con nuestra vida. Pero no por ello debemos olvidar que un día fueron algo más que un recuerdo, que contribuyeron por un breve lapso de tiempo a hacer de nosotros algo de lo que somos ahora y a llevarnos a algún lugar cercano al que nos encontramos en este preciso instante.

Y, quizá, quién sabe si tendremos la gloriosa posibilidad de volver a visitar alguno de esos sitios donde aprendimos a amar la vida; a revivir cosas que hicimos, emociones que sentimos. A regresar por un breve momento a un punto concreto del pasado desde un lejano lugar del presente.

He vuelto, y he querido hacerlo, y he podido hacerlo. Y he visto a la persona que era y a la que soy, a la que ha cambiado y a la que sigue siendo como era entonces. Y me he dado cuenta de que, a pesar de las diferencias, hay algo que permanece en mi interior intacto, casi tan puro como el primer día, porque he intentado preservarlo así porque era, y es, demasiado valioso para mí.

Y lo más importante: he visto a muchos de aquellos compañeros con los que compartí todas o algunas etapas de este (¿aquel, quizá?) viaje y me he percatado de que, a su manera particular, necesaria y suficiente, permanecen aún como parte inamovible del camino de mi presente.

A pesar de todo, del tiempo y las circunstancias.


[]


He regresado para volver a vivir las cosas que me hicieron sentir vivo.

Para comprobar que hay cosas que ya no están, que han cambiado, que se fueron para siempre, que no volverán jamás.

Para comprobar que aunque este árbol de la vida tiene muchas hojas caducas, otras tantas son perennes y no pierden ni su brillo ni su color.

Para celebrar que el presente es hermoso.

Para celebrar que el pasado nos unió y nada ha conseguido separarnos todavía.

Para sonreírnos y abrazarnos, porque la vida es maravillosa.

Para compartir instantes como solíamos hacer y para juntar nuestros caminos una vez más.

Para evitar olvidar las cosas que me mueven y conmueven; las que me hacen feliz y las que me hacen llorar.

Para sentir cuán afortunado soy por haber vivido lo que viví y haber conocido a quien conocí.

Para dar las gracias por todas y cada una de las cosas que forman parte de mi vida y de mi mundo.

Para dar las gracias a todas y cada una de las personas que han hecho de mi vida lo que es ahora.

Para dar las gracias a todas las que forman parte de ella por voluntad propia.

Para recordar dónde comenzó esta historia.

Y para demostrar que, a pesar de todo, uno puede volver siempre a los viejos sitios donde amó la vida, y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas

Aunque, a veces, dejan de estarlo.

Eso es lo que me mueve.

Lo que me conmueve.

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